# 2017
recurrente de literatura

"Naturalmente, toda vida es un proceso de demolición, pero los golpes que ejecutan el costado dramático de la tarea—los grandes golpes repentinos que vienen, o parecen provenir, de afuera—, los que uno recuerda y culpa de ello a las cosas, y de aquellos que en momentos de debilidad les habla a los amigos, no vuelven evidentes sus efectos de inmediato. Hay otro tipo de golpes que vienen de adentro, que uno no percibe hasta que es demasiado tarde para hacer algo al respecto, hasta que advierte de modo definitivo que en cierto manera ya no será un hombre tan bueno otra vez. El primer tipo de demolición parece producirse con rapidez, el segundo se produce casi sin que uno lo advierta, pero de hecho se percibe de repente." Francis Scott Fitzgerald

"El hombre contemporáneo, solo sostenido por la complicada y cada vez más densa red de la tecnología, está rodeado en todas partes por el vacío. La revolución tecnológica lo ha arrojado a un universo donde las voces de la tierra y de los dioses han sido sustituidas por la publicidad. Ella le dice, a través de los medios de difusión masivos: 'Eres un productor. Eres un consumidor. Solo necesitas saber lo necesario para producir y lo necesario para consumir. Lo único que debes hacer es obedecer nuestras indicaciones'." Raúl Gustavo Aguirre

"Todo acto de percepción es, hasta cierto punto, un acto de creación, y todo acto de memoria es, hasta cierto punto, un acto de imaginación". Gerald M. Edelman

ÍNDICE

POEMAS | Selección | Paulo Leminski | | ESTUDIO Nº 10. El motor 27 en pleno funcionamiento arroja las siguientes incógnitas | Mario Ortiz |
DEFINICIÓN | Cagar fuego |
PROSA | La entereza | Eduardo Rubinschik | 
GRaFiTi  

ETIMOLOGÍA | Fuego Latente Latir |
CUALQUIERA | Corresponsal del amor | Gery Willmans |  
EQUIPO
AGRADECIMIENTOS

POEMAS

invierno
primavera
poeta es
quien se considera


     eso sí me asombra y deslumbra
¿cómo es que el sonido penetra en la sombra
     y la pena sale de la penumbra?


     saber es poco
¿cómo es que el agua de mar
     entra dentro del coco?


     cementerio municipal
reinan la paz y la calma
     en todo el territorio nacional


     brisa caliente
quién te precisa
     presente


     sobresalto
ese dibujo abstracto
     mi sombra en el asfalto


     tejas nuevas
la primera lluvia
     la nueva gotera


     murió el periquito
la jaula vacía
     esconde un grito



Paulo Leminski (1944-1989), poeta, ensayista y narrador brasilero, nacido en Curitiba. Entre sus poemarios figuran: Quarenta clics en Curitiba (1976), Caprichos & relaxos (1983), Distraídos venceremos (1987), y los póstumos La vie en close (1991), O ex-estranho (1996) y Winterverno (2001), reunidos en Toda poesia (2014). Su libro de 4 ensayos, Vida, es altamente recomendable, y dejó una novela llamada, Catatau. Fue cinturón negro de yudo y traductor. Su hija Estrela grabó el disco Leminskanções (2014), con poemas y canciones de su padre.




ESTUDIO Nº 10 
El motor 27 en pleno funcionamiento arroja las siguientes incógnitas.
 
Un hombre camina por la calle al atardecer. Toma su cabeza y la arroja con violencia lejos de su cuerpo.

¿Cuánto tiempo tardan las piernas en dar los últimos pasos?

¿Cuánto tiempo tarda la cabeza en cerrar sus ojos luego de descubrir el Lucero entre los cables de electricidad?
 
Acaso se produzca una fusión de esa mente con los sueños de un chofer estacionado en la banquina. Al abrir los ojos, ¿cuál de los dos ve primero el campo cuando amanece?
 
 
Salvo que:
 
La cabeza tome un plano ascendente y, sin obstáculos, se acelere hasta pasar varias veces la velocidad del sonido.

Ya no escucha nada porque ha dejado el sonido detrás.

Llega a la velocidad de la luz y no ve nada porque ya es luz, un punto lejano en el firmamento. 

Entonces, un cuerpo sin cabeza corre por la calle con los brazos extendidos hacia el cielo e intenta recuperar el primer planeta del atardecer para devolverlo a su cuello.



Mario Ortiz nació en Bahía Blanca, Buenos Aires, en 1965. Es docente de literatura e investigador. Participó en la formación del colectivo artístico Poetas Mateístas en 1985. Sus libros se titulan Cuadernos de Lengua y Literatura: lleva publicados Vol. I (2000), II (2001), III: Yo Luis Carapella (2003), IV: El libro de las formas que se hunden (2010), V: Al pie de la letra (2010), VI: Crítica de la imaginación pura (2011), VII: Tratado de fitolingüística (2013), Vol. VIII: Conectores temporales (2014), Vol. IX: Ejercicios de lectoescritura (2014), Vol. III ½: La canción del poeta atrasado (2015), Vol. X (2017). En teatro publicó Estomba (2014).

DEFINICIÓN

fuego. m. -
cagar fuego. fr. fig. vulg. Morir.
Autores C; MEDEA. -Eso quiere decir... Eso quiere decir... Eso quiere decir que... Eso quiere decir que... CIRUJANO (cansado). -¡Que cagó fuego!

Saubidet, 1943, p.69; Teruggi, 1974, p. 104; Rodríguez, 1991, p.60; Haensch, 1993, p.287.

2. fig. vulg. sonar
Saubidet, 1943, p.69; Gobello, 1991, p. 49; Rodríguez, 1991, p.60; Haensch, 1993, p.287.

3. fig. vulg. Someter o tener sometido a una disciplina demasiado estricta o a un maltrato. U. m. con el verbo hacer.
Páginadigital: [...] Entonces, los hacemos cagar fuego, para que aprendan.


En Diccionario del habla de los argentinos, Academia Argentina de Letras.

PROSA

LA ENTEREZA

Bahía Blanca


Debo reconocer que el marido de mi ex, a quien por ahora llamaremos Merma, ha sido siempre buen tipo. Como artista, talentoso y a la vez humilde, a pesar de construir una carrera prestigiosa. Lo opuesto a mí, que soy soberbio y distante, con la ilusión de que, al menos quienes no me conocen bien, nunca terminen de enterarse del grado estructural de mi fracaso. Encima, él es dulcísimo con los chicos, mis hijos, que lo adoran mucho más que a mí. Por eso, seguramente, mis deseos irrefrenables, un día cualquiera y natural, de matarlo. 

Mi plan era hacerlo con mis propias manos, y para no dejar huellas me había llevado unos guantes de cuero descubiertos en el fondo de un cajón en casa. Estudiándolos mientras lo esperaba, recordé que habían sido propiedad de mi abuelo. Yo nunca los había usado; durante muchos años, al topármelos cada tanto entre medias y pañuelos, sólo los miraba con veneración: mi abuelo, aquella especie de héroe austríaco y luego polaco y más tarde argentino que había podido atravesar la miseria, la desolación geográfica, emocional, lingüística, como tantos otros, y no volvió a ver jamás a su familia de origen, una parte de la cual, presumiblemente, había muerto gaseada. 

Claro, no soy digno, pensaba, de usar nada suyo. No todavía, al menos. Deberé
encontrarme ante una encrucijada, un momento que requiriese a su vez de todo mi heroísmo, para que esas prendas, para mí inmigrantes aunque en su etiqueta figurase industria argentina, pudieran aceptarme en su interior. Y ese momento había llegado.

Lo embosqué una nochecita, cuando volvía para su casa, que había sido mía. Caminaba casi flotando, la vereda parecía de algodón, hecha para que él pudiese, con su alegre ritmo involuntario, rebotar sutilmente, como si a cada paso dejara atrás el lastre de un pasado inútil, y estuviera impregnándose de una necesidad de presente absoluto: un ser leve, libre, agraciado y en una búsqueda bien orientada hacia la felicidad. Yo estaba seguro de que gran parte de ese lastre debía estar, para él, graficado en mi persona. 

Viéndolo venir, la espalda decorada por el estuche de su violín que se balanceaba como un bote precario ante lo que imaginé el oleaje de sus omóplatos oceánicos, se me ocurrió que lo mejor sería estrangularlo con una de las cuerdas. Eso sería más potente como imagen: un asesinato musical, la cuerda dando vueltas a su cuello y rematando el giro con un moño. Al enterarme de la horrible noticia, por ejemplo en el velorio junto con sus allegados y mi propia familia, yo me dedicaría a llorarlo exuberantemente hacia el exterior, aunque sin exagerar. Ante todo a llorarme en la intimidad, rebuscando en mi propia historia el tramo anterior a su desagradable existencia, a su invasión sobre la mía, sustrayéndome así de la escena de su asesinato, en fin: jueguitos imaginativos para acompañarme hasta la orilla luego del naufragio. 

Todo se me pierde hoy en la bruma de estas letras borrosas bajo mi vista exhausta, desangelada, al asediar mi cuerpo, o lo que de él queda. Lo que me impide narrar el ataque no es olvido sino un tibio pudor. 

De cualquier forma: noche, día, niebla intemporal de lo escrito, como migajas se abren frente a mí pedazos de hechos y sus nombres, múltiples pero condensados en uno. 

No dejarme llevar por morbo ni decoro. Sigo. Pensé: ¿mejor darme a conocer antes de atacarlo? ¿O directamente hacerlo desde atrás? ¿Cambiaba eso algo para alguno de los dos? No en su caso: ¿qué puede aportarle a un cuerpo muerto haber mirado el ojo a su asesino? Para mí, en cambio, era la diferencia entre nobleza y caballerosidad contra cobardía y traición. 

¿Es necesario que consigne aquí por cuál de los ataques me incliné? Fuera cual fuera, precisaba cierta elaboración: debía arrebatarle el violín, sacarlo del estuche, extraer una de sus cuerdas y apretar su cogote, teniéndolo al mismo tiempo inmovilizado para evitar cualquier resistencia. Conseguí hacer todo bastante bien, casi hasta el final: la expresión de mi enemigo ya se había dislocado de su propia imagen. A punto estaba de deshacerme por fin de su civismo, su amabilidad. Parecía un desecho pronto a ser expuesto en un basural lejano y perfumado, para terminar comido por alguna alimaña. Entonces, ¿qué me hizo aflojar la cuerda del violín?

No fue culpa ni piedad. Tal vez me reblandecí ante la fantaseada imagen de mis hijos frente a su tumba. 

Lo cierto es que debilité la presión, y entonces él, zafándose con una fortaleza insospechada para su flacura endeble, me atacó. 

Me sentí yendo de derecha a izquierda, en péndulo. En cada extremo él, que me tenía agarrado de los pelos, me esperaba no tanto con odio sino más bien con curiosidad. Eso me avergonzó, cerré los ojos por dolor en la cabeza y para no cruzarme esa expresión ambigua de su mirada. Pero ¿cómo podía resultarle tan liviano al punto de que pudiera columpiarme? ¿Tendría una fortaleza descomunal de la que yo nunca me había enterado? ¿No estaría yo muerto y lo que se balanceaba entre sus manos era mi alma craneana?

No, porque en uno de los breves vuelos, alcancé a ver un cuerpo sin cabeza. Grité de terror, lógicamente. Bajo mi cuello no había más que aire y suelo: yo terminaba antes de los hombros. Volví a mirar el cuerpo aquel. Reconocí mis ropas y los guantes: parecía un inmigrante joven y esperanzado, luego caído en grisedad, igual que mi abuelo. Entonces lo que oscilaba era sólo mi cabeza. Yo era sólo mi cabeza, seccionada del resto. Nunca sabré si me decapitó con cuerda de violín o qué. ¿Importa acaso? 

El corte debió ser muy preciso porque no sentí dolor. Inesperadamente de buen ánimo, quizás por estar libre de culpa al no haber matado, me divertí espiando las ropas de ese estrafalario maniquí que resultaba yo sin testa. 

Le hice un guiño cómplice a M., burlándome de mi propia estampa. Pero él, como de costumbre, no era amigo de las complicidades conmigo. Siguió balanceándome de una mano a otra con toda la concentración y el tedio de un trabajo ingrato, inevitable. ¿Dudaba sobre qué hacer conmigo, como si mi cabeza fuera ardiente, insoportable a sus yemas, o el asombro lo tuviera suspendido igual que ante un sueño espantoso? 

En el balanceo, llegaba a ver a la distancia mis hombros dentro del saco manchado. Semejante herida no podía ser del todo limpia. A pesar de eso la estampa no terminó de disgustarme: hacía un tiempo ya que había perdido yo mis viejos complejos y verme de sorpresa en un vidrio callejero, por ejemplo, me era grato. Ahora también, en la lejanía me parecí de una gran elegancia natural, esta vez mucho mayor porque era elegancia sin semblante. Se lo dije a Moritto: Qué pintuza, eh, pero no me contestó. Lo noté angustiado. Debía estar preguntándose tantas cosas. Más tarde, además, debería demostrar que no era mi asesino. O si yo seguía con vida, mi seccionante. 

 

Eduardo Rubinschik nació en Buenos Aires, en 1967. Este fragmento es el comienzo de La entereza (2017). Además, publicó otras tres novelas: Lisböe, o las partes del agua (2004), La suma del olvido (2009), El tiempo involuntario (2013); los libros de cuentos Amor a las deudas (1999) y Trama (1987), con cuentos propios y de Mariano Fiszman. Para teatro escribió: Con las antenas puestas (1991) y Las mutaciones del Mal (2013), junto a Luis Roffman y Paco Redondo. 

GRaFiTi

"
Cada vez que gastes dinero apostás por el tipo de mundo que querés".
En Paraná 500, CABA. Mandado por Fernando Aíta.

"En tus ojos encontré mi libertad".
En Carranza y Gavilán, Paternal, CABA. Mandado por Ayelén Strasnoy.


"La prensa apunta, la policía dispara, asesinos cómplices".
En Av. de Mayo 500, CABA. 


"Mi fantasía textual es que me comas y punto".
En Ituzaingó 200, Colonia del Sacramento, Uruguay. Mandado por Alejandro Güerri.

ETIMOLOGÍA

FUEGO, 1155. Del latín FŌCUS 'hogar', 'hoguera', 'brasero'. Foco, 1708, propiamente 'hogar', es duplicado culto.
DERIVADOS. Hogar, 1220-50, del adjetivo FOCARIS, que en latín hispánico sustituyó a FOCUS; hogareño.
Hoguera, 1220-50. Hogaza, 1056, lat.  FOCACIA 'panecillos cocidos bajo la ceniza del hogar'. Trashoguero, hacia 1540. Fogata, 1646. Fogón, mediadios del S. XVI, 'cocina portátil en un buque' snetido en el cual se tomó del catalán fogó, 1403, lengua donde el sufijo -ó tiene valor diminutivo; de ahí pasó luego a 'hornillo de una cocina' y hoy en América 'fogata'; fogonazo; fogonero. Foguear. De foco: focal. Enfocar, 1899, enfoque.
 
LATENTE 'oculto', 1869 (una vez hacia 1520). Tomado del latín latens, -entis, ídem, participio activo de latēre 'estar escondido'. Es falso el sentido de 'palpitante', 'intenso' con que algunos emplean este vocablo, que nada tiene que ver con el verbo latir.
 
LATIR 'ladrar el perro en tono agudo o en forma entrecortada', hacia 1300, 'dar latidos el corazón o las arterias', 1490. Del latín GLATTIRE 'lanzar ladridos agudos'.
DERIV. Latido, principios del S. XIV.

 

CUALQUIERA

Carta de un joven celoso a su novia 

Amada Josefa: 

¿Es posible ser tan amable y tan pérfida al mismo tiempo? ¡Cómo! ¿Tienes una fisonomía tan dulce y un alma tan mala? ¿Es verdad, entonces, que esos ojos que cuando me miraban llevaban la dicha a mi corazón no se fijaban sino que para engañarme mejor? ¡Ay! ¿Por qué no puedo olvidar que te amé? ¿Por qué no puedo olvidar aquellos instantes de dicha en que me prodigabas tus caricias y me jurabas amor eterno?
 
¡Pérfida! ¡Ingrata! 

¡Yo, ya no vivo! 

Mientras un día me jurabas que me amarías por toda la vida, te encontraba al día siguiente hablando con otro a quien, seguramente, repetías las mismas palabras que la víspera me habías dicho a mí. ¡Goza ahora de tu traición! Y si el objeto de tu manera de comportarte conmigo ha sido el de hacerme un infeliz, lo has conseguido. 
Pero éste es el capricho de mi negra suerte; he de amarte, mientras debería huir de ti. 

Tengo el infierno en mi corazón. 

Si ya no puedes amarme, ten al menos, lástima de mí. Es esto mi único consuelo después de tanta ingratitud. 

Tuyo, etc. 


Contestación de la joven a la carta precedente
 

Victoriano mio: 

Hay tanta injusticia en las recriminaciones que me haces, que si yo escuchara a la razón en vez que a mi corazón, te dejaría por mucho tiempo en el estado de perplejidad en que me parece que te encuentras; pero aunque tú no padezcas más que una cuarta parte de lo que me dices, quiero rebajarme hasta el punto de justificarme para tranquilizarte. 

¡Pobre infeliz! 

Aquel fulano, es decir "el otro" con quien dices haberme visto hablar es un tío mío, hermano de mi madre, llegado ayer por la mañana. 

Esta explicación ha de bastarte y te aseguro que si el motivo te ha inducido a sospechar de mí no llevara consigo la impresión de la susceptibilidad y del cariño, habría cesado desde hoy mismo toda relación contigo. 

Pero si soy tan buena para perdonarte esta vez, no vayas a creer que te perdonaría una segunda, porque entonces te haría ver que tengo amor propio como cariño te tengo. 



En Corresponsal del amor - Estilo moderno de cartas emotivas y pasionales, Gery Willmans, Ritmos del Ande Editor, 1968, Buenos Aires. 

EQUIPO 
Fernando AítaAlejandro Güerri

AGRADECIMIENTOS
 
A todas las personas que siguen leyendo libros.

Ñusléter - 24 hs. de literatura