Ñ u s l e t e r
#48
-mensaje a pedido-
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"Para nosotros no hay realidad, ni la hay tampoco para vosotros, hombres sobrios, pues nos diferenciamos menos de lo que creéis y tal vez nuestra buena voluntad de extremar la embriaguez es tan respetable como la creencia de ser incapaz de embriagueces." Friedrich Nietzche
"Y yo lo oigo cómo hace de la infamia gloria, de la crueldad encanto. 'Pertenezco a una raza lejana: mis antepasados eran escandinavos: se perforaban las costillas y se bebían su propia sangre. - Yo me cubriré de cortaduras el cuerpo y me haré tatuajes; quiero convertirme en un ser repugnante, como un mongol. Ya verás: me pondré a aullar por las calles'." Arthur Rimbaud
POEMAS |  
Altazor | Vicente Huidobro |
TALLER LITERARIO | Encuentro |
ENCUESTA 
ETIMOLOGÍA | Misterio |
PROSA |  
Misa del árbol  
| Marosa Di Giorgio 
|
DEFINICIÓN | Filo |
GRAFFITTI
ENLACES | Literatura | Revista 
| 
RESPUESTAS
AGRADECIMIENTOS
SUSCRIPCIONES
Altazor (Prefacio)
    
Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el 
Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.
    Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil 
sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata.
    Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la 
noche.
    Amo la noche, sombrero de todos los días.
    La noche, la noche del día, del día al día siguiente.
    Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van 
a caer. Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos.
    Una tarde, cogí mi paracaídas y dije: «Entre una estrella y 
dos golondrinas.» He aquí la muerte que se acerca como la tierra alglobo que 
cae.
    Mi madre bordaba lágrimas desiertas en los primeros arcoiris.
    Y ahora mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios 
de la muerte.
    El primer día encontré un pájaro desconocido que me dijo: «Si 
yo fuese dromedario no tendría sed. ¿Qué hora es?» Bebió las gotas de rocío de 
mis cabellos, me lanzó tres miradas y media y se alejó diciendo: «Adiós» con su 
pañuelo soberbio.
    Hacia las dos aquel día, encontré un precioso aeroplano, 
lleno de escamas y caracoles. Buscaba un rincón del cielo donde guarecerse de la 
lluvia.
    Allá lejos, todos los barcos anclados, en la tinta de la 
aurora. De pronto, comenzaron a desprenderse, uno a uno, arrastrando como 
pabellón jirones de aurora incontestable.
    Junto con marcharse los últimos, la aurora desapareció tras 
algunas olas desmesuradamente infladas.
    Entonces oí hablar al Creador, sin nombre, que es un simple 
hueco en el vacío, hermoso, como un ombligo.
    «Hice un gran ruido y este ruido formó el océano y las olas 
del océano.
    »Este ruido irá siempre pegado a las olas del mar y las olas 
del mar irán siempre pegadas a él, como los sellos en las tarjetas postales.
    »Después tejí un largo bramante de rayos luminosos para coser 
los días uno a uno; los días que tienen un oriente legítimo y reconstituido, 
pero indiscutible.
    »Después tracé la geografía de la tierra y las líneas de la 
mano.
    »Después bebí un poco de cognac (a causa de la hidrografía).
    »Después creé la boca y los labios de la boca, para 
aprisionar las sonrisas equívocas y los dientes de la boca, para vigilar las 
groserías que nos vienen a la boca.
    »Creé la lengua de la boca que los hombres desviaron de su 
rol, haciéndola aprender a hablar... a ella, ella, la bella nadadora, desviada 
para siempre de su rol acuático y puramente acariciador.»
    Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente. Tal es la 
fuerza de atracción de la muerte y del sepulcro abierto.
    Podéis creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la 
amada. La tumba abierta con todos sus imanes. Y esto te lo digo a ti, a ti que 
cuando sonríes haces pensar en el comienzo del mundo.
    Mi paracaídas se enredó en una estrella apagada que seguía su 
órbita concienzudamente, como si ignorara la inutilidad de sus esfuerzos.
    Y aprovechando este reposo bien ganado, comencé a llenar con 
profundos pensamientos las casillas de mi tablero:
    «Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga 
por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o 
de agonía.
    »Se debe escribir en una lengua que no sea materna. 
    »Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte. 
    »Un poema es una cosa que será.
    »Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser.
    »Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser. 
    »Huye del sublime externo, si no quieres morir aplastado por 
el viento.
    »Si yo no hiciera al menos una locura por año, me volvería 
loco.» 
    Tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha me 
lanzo a la atmósfera del último suspiro.
    Ruedo interminablemente sobre las rocas de los sueños, ruedo 
entre las nubes de la muerte.
    Encuentro a la Virgen sentada en una rosa, y me dice: 
    »Mira mis manos: son transparentes como las bombillas 
eléctricas. ¿Ves los filamentos de donde corre la sangre de mi luz intacta?
    »Mira mi aureola. Tiene algunas saltaduras, lo que prueba mi 
ancianidad.
    »Soy la Virgen, la Virgen sin mancha de tinta humana, la 
única que no lo sea a medias, y soy la capitana de las otras once mil que 
estaban en verdad demasiado restauradas.
    »Hablo una lengua que llena los corazones según la ley de las 
nubes comunicantes.
    »Digo siempre adiós, y me quedo.
    »Ámame, hijo mío, pues adoro tu poesía y te enseñaré proezas 
aéreas. 
    »Tengo tanta necesidad de ternura, besa mis cabellos, los he 
lavado esta mañana en las nubes del alba y ahora quiero dormirme sobre el 
colchón de la neblina intermitente.
    »Mis miradas son un alambre en el horizonte para el descanso 
de las golondrinas.
    »Ámame.»
    Me puse de rodillas en el espacio circular y la Virgen se 
elevó y vino a sentarse en mi paracaídas.
    Me dormí y recité entonces mis más hermosos poemas.
    Las llamas de mi poesía secaron los cabellos de la Virgen, 
que me dijo gracias y se alejó, sentada sobre su rosa blanda.
    Y heme aquí, solo, como el pequeño huérfano de los naufragios 
anónimos.
    Ah, qué hermoso..., qué hermoso.
    Veo las montañas, los ríos, las selvas, el mar, los barcos, 
las flores y los caracoles.
    Veo la noche y el día y el eje en que se juntan.
    Ah, ah, soy Altazor, el gran poeta, sin caballo que coma 
alpiste, ni caliente su garganta con claro de luna, sino con mi pequeño 
paracaídas como un quitasol sobre los planetas.
    De cada gota del sudor de mi frente hice nacer astros, que os 
dejo la tarea de bautizar como a botellas de vino.
    Lo veo todo, tengo mi cerebro forjado en lenguas de profeta.
    La montaña es el suspiro de Dios, ascendiendo en termómetro 
hinchado hasta tocar los pies de la amada.
    Aquél que todo lo ha visto, que conoce todos los secretos sin 
ser Walt Whitman, pues jamás he tenido una barba blanca como las bellas 
enfermeras y los arroyos helados. 
    Aquél que oye durante la noche los martillos de los monederos 
falsos, que son solamente astrónomos activos.
    Aquél que bebe el vaso caliente de la sabiduría después del 
diluvio obedeciendo a las palomas y que conoce la ruta de la fatiga, la estela 
hirviente que dejan los barcos.
    Aquél que conoce los almacenes de recuerdos y de bellas 
estaciones olvidadas.
    Él, el pastor de aeroplanos, el conductor de las noches 
extraviadas y de los ponientes amaestrados hacia los polos únicos.
    Su queja es semejante a una red parpadeante de aerolitos sin 
testigo.
    El día se levanta en su corazón y él baja los párpados para 
hacer la noche del reposo agrícola.
    Lava sus manos en la mirada de Dios, y peina su cabellera 
como la luz y la cosecha de esas flacas espigas de la lluvia satisfecha.
    Los gritos se alejan como un rebaño sobre las lomas cuando 
las estrellas duermen después de una noche de trabajo continuo.
    El hermoso cazador frente al bebedero celeste para los 
pájaros sin corazón.
    Sé triste tal cual las gacelas ante el infinito y los 
meteoros, tal cual los desiertos sin mirajes.
    Hasta la llegada de una boca hinchada de besos para la 
vendimia del destierro.
    Sé triste, pues ella te espera en un rincón de este año que 
pasa.
    Está quizá al extremo de tu canción próxima y será bella como 
la cascada en libertad y rica como la línea ecuatorial.
    Sé triste, más triste que la rosa, la bella jaula de nuestras 
miradas y de las abejas sin experiencia.
    La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres 
creer.
    Vamos cayendo, cayendo de nuestro cenit a nuestro nadir y 
dejamos el aire manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana a 
respirarlo.
    Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del cenit al 
nadir porque ése es tu destino, tu miserable destino. Y mientras de más alto 
caigas, más alto será el rebote, más larga tu duración en la memoria de la 
piedra.
    Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una 
estrella y vamos cayendo.
    Ah mi paracaídas, la única rosa perfumada de la atmósfera, la 
rosa de la muerte, despeñada entre los astros de la muerte.
    ¿Habéis oído? Ese es el ruido siniestro de los pechos 
cerrados.
    Abre la puerta de tu alma y sal a respirar al lado afuera. 
Puedes abrir con un suspiro la puerta que haya cerrado el huracán.
    Hombre, he ahí tu paracaídas maravilloso como el vértigo.
    Poeta, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el imán del 
abismo.
    Mago, he ahí tu paracaídas que una palabra tuya puede 
convertir en un parasubidas maravilloso como el relámpago que quisiera cegar al 
creador.
    ¿Qué esperas?
    Mas he ahí el secreto del Tenebroso que olvidó sonreír.
    Y el paracaídas aguarda amarrado a la puerta como el caballo 
de la fuga interminable.
Vicente (García) Huidobro (Fernández) nació en 
Santiago de Chile en 1893. Pasó parte de su infancia en Europa y volvió a Chile 
donde estudió Literatura. Desde muy joven publicó poemarios, fundó revistas, y 
se mostró como un hábil teorizador. En 1916 pronunció en Buenos Aires una 
conferencia por la cual se lo bautizó como creacionista. Viajó entonces a Europa 
donde, en Francia y España, se vinculó con los protagonistas del dadaísmo, el 
surrealismo, y el ultraísmo, sobre quienes ejerció no poca influencia y con 
quienes mantuvo reaciones duraderas. Participó activamente de la vida política 
de su país (así como en la Guerra Civil Española y en la 2º Guerra Mundial). 
Murió en Chile el año 1948. Pronunció conferencias sobre poesía en varios 
países. Escribió sus brillantes manifiestos, guiones cinematográficos, obras 
teatrales, prosas experimentales (solo y en colaboración) y sobre todo poemas 
(en español y en francés). Algunos de sus títulos son: Pasando y pasando, 
El espejo de agua, Horizón carré,
Halliali, Poemas árticos, Saisons choisies,
Tout à coup, Altazor o el viaje en paracaídas,
Ver y palpar, Últimos poemas.
Fernando y Alejandro se conocieron de casualidad en alguna casa de estudio. De casualidad también se volvieron a ver una mañana en el microcentro (Fernando teñido de rubio; Alejandro, de nada) y, tiempo después, en el ex-trabajo de uno que era el nuevo trabajo del otro. (Antes, ninguno lo recuerda ni lo acredita, se cruzaron en Cuzco.) Entre otras cosas, juntos hicieron de la boludez un culto; del ocio, un trabajo; de lo mal que estamos, un qué bien que la pasamos. Cada semana, contra brizna y olitas, publican este mensaje de divulgación literaria e invitan amablemente a quien quiera que sea a sumarse a:
Taller Literario. Encuentros semanales de lectura y escritura.
Coordinan: Fernando Aíta y Alejandro Güerri
Para 
más información, comunicarse al 4896-0140 o al 4205-4284.
O a las siguientes direcciones:
1- Juguemos al confesionario: cuéntenos alguna porquería que haya hecho últimamente. Si se portó como un santo, cuéntenos una tentación; o invente algo, qué va.
2- ¿Nos convida con una breve alucinación, espejismo, flash, que haya vivido?
3- ¿Qué cosas considera sagradas?
Envíe sus respuestas a: niusleter@niusleter.com.ar
MISTERIO,
1220-50, latín misterium. Tomado del griego mysterion 
'secreto', 'misterio', 'cermonia religiosa para iniciados', derivado de mýo 
'yo cierro'.
DERIV. Misterioso. Místico, 1515, tomado del griego 
mystikós ídem, propiamente 'relativo a los misterios religiosos', otro 
derivado de mýo; mística;
misticismo. Mistificar 'embaucar', tomado del francés 
myistifier, cuya formación no está bien averiguada (no es seguro que se 
partiera de la idea de 'embaucar fingiendo iniciar en un secreto', desde luego 
no tiene relación alguna con mixto); mistificación.
Misa del árbol
    
Al despegarse del árbol tomó por la callejuela, que iba empinada y en tramos y 
hechas con baldosas rudas. Al rato, pasaban las mujeres; jóvenes y viejas eran 
iguales bajo los negros hábitos y la trenza.
    Al que las partía por la mitad desde la nuca al ano. 
    Vio que eran flacas como bien sabía. Con pechos gruesos, 
aunque no se veía. Algunas los llevaban sueltos y expuestos. Había tenido 
varias. Esa tarde iba de caza, también. Ellas, como siempre, no lo miraban. El 
sol estaba aún radioso. 
    De pronto, una se perfiló en la altura, luego se puso de 
frente y empezó a bajar. Él empezó a esperarla. Como si hubiese salido a esperar 
a Una. 
    Cuando Una estuvo más cerca, se encandiló. Se dijo: -Quiero 
atrapar a Una. 
    Ella pasó delante de él y para mejor vio que bajo el pollerón 
negro, relampagueaba una enagua de papel rosado. Los vuelos de la enagua hacían 
un bisbiseo, un susurro. Como si la enagua fuera el diablo. -Una -le dijo- Venga 
a mí, coneja, señora Una. Venga al árbol. 
    A las veras estaban los tazones, (del tiempo de las reinas), 
era porcelana transparente, con un zapallo dentro, una albahaca, un cebollón 
emperlado. Él vio eso vagamente, como si todo hubiese quedado ya sin precisar. 
    Señora Una miraba en otro jarrón y miraba mucho: 
    -Tiempo Violena, dijo. Y él no añadió nada. Pero adentro de 
eso, del jarrón, iba una caballa con caracolillos insertos que se la comían 
viva. Tal vez, dijo él, esto a la señora caballa dé placer. Es casi seguro que 
los caracolillos, al comerla, hacen de maridos. 
    (Y ¿cómo habría nacido esa caballa? ¿Habría llovido? No lo 
percibió). 
    La pálida mujer opinó que sí, que la señora caballa tendría 
gusto en eso. Que ella era de buen oído y la oía gemir. 
    Su cara era en forma de almendra. Llevaba desde la oreja 
colgada la consabida cuchara de té. Es una virgen, entonces. Qué almíbar. Pero, 
no dejó de temer. 
    -Venga, señora. El árbol está cerca. Allá podrá quitarse los 
negros velos, decía sin sacar ojo de lo que había debajo, el revoltijo 
hechizado, el vuelo de las hortensias. 
    Con leves pies ella iba saltando hacia abajo, al parecer, 
justamente adónde él ansiaba llevarle. ¡Con qué facilidad la traigo! se decía. 
    Le dijo llamarse Manto -mintió como siempre, sonrió para sí- 
y tener una maravilla para ella. 
    Tendió los dedos y tocó la gasa incendiada, volante. Ella se 
estremeció. Como si la hubiese tocado allí adentro. 
    Las jarras con flores y gruesas caballas se sucedían a los 
costados. 
    Él iba un poco detrás de Una (sin comprometerse) que no 
hablaba casi nada; a ratos, se mordía los labios. 
    Comenzó, como era lógico, a anochecer. 
    -Es raro que no pase más nadie -comentó ella y fue lo único 
que habló durante todo el rato. 
    -Es una suerte, pensó él. 
    En realidad, parecía haberse acabado ya todo, de un modo 
singular. 
    Él, algo perplejo, indicó: -Llegamos a mi habitación. Es 
allí. Es esa planta. 
    Ella se dirigió a la planta como si la conociese, estuviera 
segura de algo. Quedó de pie. El viento le levantó el vestido, se lo llevó cerca 
del óvalo y quedó fuera la enagua rosa, el color de las fresias. 
    Pero, ¿qué significa todo eso? 
    Él ordenó con una sonrisa arriba del bigote: 
    -Arrodíllese, señora. Oremos. Es bueno rezar antes. Porque 
después se peca tanto. Que a eso vinimos. Como usted sabrá. A pecar. La miró. 
Ella asintió apenas. 
    Así se hizo; rezaron un poco. Señora Una parecía de almendra, 
que le hubiesen quitado la piel marrón y estuviese blanca y expuesta.
    Él le preguntó: - ¿Le duele algo? ¿Está bien, señora? ¿No 
tiene padres? 
    Sobre esto escuchó. 
    A todo respondía vagamente, con un leve movimiento de boca 
que no se sabía que era. En un instante tuvo intenciones él de deshacerse ese 
fardo místico, que se fuese por la escalinata, por el aire de donde había 
surgido. 
    El árbol se iba entretanto prendiendo despacio, se iba 
volviendo de hilos rubí; se le aparecían unas pajarillas rígidas, apenas vivas, 
que movían apenas la cabeza, y eran de todos colores, a cuál más luciente. Y 
entre ellas unas varas rectas de azul violeta con globos lilas. Todo rígido y 
resplandeciente. 
    Querida Una estaba tendida en la mesa; era en el pasto pero 
parecía la mesa, como esperando el regalo, sin mayor apuro ni sorpresa. 
    Él tironeaba de la enagua en flor advirtiendo con espanto, 
que la enagua procedía de ella; estaba hecha de la misma leve carne, sujeta con 
pedúnculos vivos a todo el cuerpo. 
    Era una gran enagua sexual, todo de ovarios, todo de clítoris 
recios, como pimpollos de rosas rojas en hilera. 
    -Está usted colmada... Hay muchos, varios, le decía él, 
triste -sin saber por qué- y gozosamente. buscaba enceguecido entre todo, entre 
todo el vuelo, el nervio central que atacar.
    Lástima que ella no guiase en nada. Era terrible aquel 
delantal.
    Y el árbol que se hacía inminente, que casi estorbaba con su 
mascarilla. ¿Por qué se habría puesto así tan guarnecido y tan rígido?
    La almendra tendida en el piso esperaba. Quizá qué. Él 
escudriñó el viso hecho de rosas moradas. La luz del árbol caía sobre las rosas. 
En el árbol se encendían lirios catedralicios, que no ayudaban en nada. Al 
contrario.
    La trenza de ella se había deshecho secretamente. Estaba todo 
el pelo bajo de ella como una frazada de seda.
    ¡Qué momentos! 
    Él le preguntó si no había estado casada. Ella le contestó 
que muy poco, un rato.
    ¿Cómo muy poco? ¿Cómo un rato?
    -Un ratito. Y hace mucho, mucho, señor. Agregó Una.
    Él buscó con su cuchillo sexual entre todo lo del viso 
buscando la almeja céntrica. Ella se estremecía como si la hubiese atado al 
cielo.
    Pero a la vez parecía lejos como si no fuese ella. Él pensaba 
como siempre. Habrá tenido otros maridos. Todas tienen. Y le buscó la caravana 
que ya no estaba, tal si ella dijese: Ahora, sí, la quito.
    Este detalle leve apresuró a él, la acomodó a su gusto, a su 
interés, ella caía de espaldas, se quedaba como de papel. Las manos se le 
volvían ramos.
    En ese instante surgió lo que buscaba. Las dos valvas 
crípticas, perfumadas y de grana; tuvo miedo que se le esquivasen otra vez entre 
los tules y demás cosillas de fuego de la enagua. La sujetó bien e hincó el 
puñal. Ella dio un leve ay. El pimpollo hizo un leve plop como si se cruzaran 
dos papeles.
    Había desde el árbol un sonido.
    Ella parecía ajena a todo. Pero seguía viniendo un leve rumor 
de pericos y de lirios.
    -¿No escucha nada? dijo él. ¿Es todo de flor, señora? Acabo 
de comerle la rosita. ¿Le gustó? Veo que tiene muchas.
    Vaciló. Subió a mirarle los senos. Se había olvidado de eso 
que nunca olvidaba; miró. Grosos, bellos. Y habían quedado fuera. Con ellos no 
copuló.
    Le miró la cara que se mecía un poco. Estaba dormida. Tenía 
un ojo cerrado. El otro ojo confuso y abierto, le decía: Prosiga señor, no siga. 
Señor, prosiga.
    Él miró el árbol, rojo de misa. Era incomprensible, pero 
dudaba. ¿Sentarse otra vez a seguir? Cruzó la callejuela, y como no supo bien 
que hacer, miró los vasos (de un tiempo de reinas), en unos salía la flor de 
zapallo y seguía viaje. En otro bogaba una caballa pasada por un pez largo.
Marosa Di Giorgio (Salto, Uruguay) vio por primera vez la luz en 1932. Es más conocida por su obra poetisa, compilada en el libro Los papeles salvajes, aunque también ha publicado narrativa: Misales (1993); Camino de las pedrerías (1997), Reina Amelia (1999) y La rosa mística (2003). Aparte de la citada antología, acá van algunos de sus poemarios: Humo (1955), Druída (1959), Historial de las violetas (1965), Clavel y tenebrario (1979), Mesa de esmeralda (1985) y Membrillo de Lusana (1989).
Filo: Persona con quien se afila o flirtea.
A. Lagorio, Almacén, 1962, 60: Más allá, en la esquina de Cuyo, un 
colegio normal ofrecía esperanzas de futuros filos.
Solá, 1950, p. 157; Cáceres Freyre, 1961, p. 99; Villafuerte, 1961, t. I, p. 
342; Vitor, 1963, p. 137; Santillán, 1976, p. 221, 633; Rojas, 1981, t. II, p. 
208; Ávila, 1991, p. 133; Gobello, 1991, p. 14; 118; Rodríguez, 1991, p. 133; 
Haensch, 1993, p. 278; Gatica de Montiveros, 1995, p. 136; RHA, 1997, p. 70. 
Tomado del Diccionario del habla de los argentinos, Academia Argentina de Letras, 2003.
"Jime: La vida por verte". En Carranza y Gorriti (adivine el barrio)
"Fumate una vela". Captado por un par de ojos en Conde y tres antes de Céspedes para el lado de Crámer (¿ya reconoció la zona?).
"Y ahora nos chupan bien las bolas". Lo cazó al vuelo Pablo Ucello en Vidal y Juramento (¿adivinó?)
Déjese guiar por el nombre:
http://sololiteratura.com/ 
Revista de arte y literatura:
http://www.surmenagedelamuerta.com.ar 
"El primer principio de la verdadera educación es que nada puede ser enseñado" Sri Aurobindo (revolucionario y poeta Indio, 1872-1950), enviado por Claudio Caldini.
¿Cuál fue su mejor machete?
Nunca 
me destaque por el ingenio machetistico. Alguna vez me hice uno en la parte 
interna de la corbata. 
El Tano
¿Qué hacía cuando se rateaba?
Cuando me rateaba hiba a distintos lugares lejos de la ciudad. Yo hice mis 
estudios en un pueblo del interior y se estilaban los lugares como parques, 
plazas, etc, al aire libre. Una rateada me la hice con una amiga a un lago fuera 
de la ciudad. Se nos paró el único reloj que llevábamos y en vez de regresar a 
las 12 del mediodía, volvimos a las 15:30. Toda la familia se enteró.
Mariela Díaz
¿Qué útiles le hubiese gustado tener que no tuvo?
Me 
hubiese gustado tener un lápiz largo supercolorido y de moda que tenía una 
compañerita mía en tercer grado. Se lo robé, pero al final de la clase se lo 
tuve que devolver porque la maestra amenazó con revisar las mochilas.
Mariela Díaz
¿Le pusieron amonestaciones? ¿Por qué?
Un 
día me llevé dos partes diferentes. Uno por encerar el pizarrón para que no 
pudiera escribir el profesor de matemática, y otro por ser partícipe en el 
choreo del cuadro de San Martín.
El Tano
Es 
una larga historia y rigurosamente autobiográfica: formé parte de tantas 
instituciones a lo largo de mi vida escolar que todavía estoy mareada (escuelas 
religiosas, laicas, privadas, públicas, en condición de pupila, externa, 
femeninas, mixtas...). El último año del secundario me encontró en una pública 
(Colegio Nacional) de mi ciudad de origen (Venado Tuerto, Santa fe, Argentina). 
Uno de mis compañeros, Jorge, el más terrible y al borde de la expulsión desde 
que se inciara en el primario, fue el autor, en medio de la algarabía del 
curso, de la lluvia de tizas más intensa que yo haya visto jamás contra pizarrón 
alguno. Fue hermoso. No tuvo la misma opinión la profesora, que casi afónica e 
inaudible por la impresión recibida, argumentó que si no aparecía inmediatamente 
el causante de semejante ex abrupto, todos seríamos sancionados con la pena 
máxima (total de amonestaciones) e inapelable. Tímida, apocada, 
temerosa, incapaz de nada y siempre desubicada (cualquiera fuera el lugar) a 
causa de mis continuos "recambios" escolares, levanté con cuidado de orfebre mi 
brazo hasta que quedó, solo, sobre un mar de cabezas, absolutamente en silencio 
y boquiabierto que giró lentamente su mirada atónita hacia mi banco. El asombro 
fue unánime (aún para el autor del chubasco, la profesora y hasta... para mí). 
Era la hora de psicología así que explicaciones a mi conducta hubieran habido de 
sobra de haberlo querido, yo me guardé la más simple: aunque era el mismo 
compañero que tantas veces me susurraba "bigotuda, bigotuda", por detrás de mi 
pupitre, provocando mi bronca y mi rabia momentánea, no quería que lo expulsaran 
a pocos meses de lograr la meta de finalizar el bachillerato por algo con lo que 
había logrado deslumbrarme. 
Fue el mismo compañero que me abrazó (reivindicándonos mutuamente) en la última 
semana de clases cuando el profesor de Higiene (un doctor de la ciudad de cuyo 
nombre no quiero acordarme) dividió el curso en dos hileras e hizo colocar, a un 
lado, a los que iban a llegar a algo en la vida y al otro, a los que no íbamos a 
llegar a nada.
Diana Cegelnicki
¿Se aprende más si se está enamorado/a de la/el maestra/o?
Nunca 
tuve maestros lindos, pero me acuerdo que cuando estaba en segundo o tercer año 
apareció en el colegio un curita muy joven que se parecía a Tom Cruise en Top 
Gun (la película se había estrenado por esa época y a todas nos gustaba T. C.). 
El personaje en cuestión logró la conversión al catolicismo de las almas más 
rebeldes y logró récords de asistencia a las misas de los primeros viernes de 
mes. Cuando las monjas se dieron cuenta de que había algo más detrás de ese 
repentino fervor religioso, hicieron desaparecer al Padre Ignacio con el 
pretexto de que se tenía que ir de viaje. En su lugar trajeron a un cura viejo 
que fue recibido con la más absoluta indiferencia. Algunos meses más tarde, el 
cura Ignacio aparecía en la tapa de la revista Viva de Clarín brindando 
testimonio de su labor misionera en Mozambique.
Silvina Rodríguez
¿Qué personal y qué personas de su colegio incluiría como personajes en un relato?
La 
Pocha era una profesora de contabilidad que nos dio clases durante cinco años y 
consiguió que al terminar el secundario supiéramos menos que cuando lo habíamos 
empezado. Nadie sabía por qué las monjas no la echaban. Era una buena mujer, 
vieja, solterona, se vestía mal, tenía un auto último modelo que no le hacía 
justicia y dos sobrinas a las que había criado cuando murió la madre pero que, 
según decían en el barrio, no la querían y le sacaban toda la plata. Nos hacía 
leer los libros de Contabilidad de Cholvis y después teníamos que pasar al 
frente para repetir los párrafos de memoria. Su frase de cabecera era "En 
Contabilidad, todo lo que sale, entra y todo lo que entra, sale", repetida hasta 
el cansancio.
Silvina Rodríguez
"No 
te mueras nunca, Marianito" y "¿Cómo hacés?" nos sugirieron, Mariano Valcarce, 
Soporte Técnico.
Diana Cegelnicki, inmensamente
Eduardo Robino
Lautaro Lupi
Pilar Lagos
Fernando Vallerstein
Joan Coraminas
El Penalista
Centro de Administración de Derechos Reprográficos
A las personas que nos hacen descubrir cosas.
A las cosas que nos hacen descubrir personas.
A las personas y las cosas que no nos hacen descubir nada de nada ni de nadie. 
Mariano Valcarce, Soporte Técnico, recomienda "imprimir Ñusleter".
Tomado de la vida diaria
Secuencia 1
Escenario: un colectivo de la línea 44.
Personajes: mamá, hijo y pasajero.
Momento de la acción: El colectivo pasa frente a un tenedor 
libre. El hijo, que estaba en la etapa de preguntarlo todo, le dice a la mamá:
-¿Qué es "libre", mamá?
Y la mamá no le dice: "portate bien Trompita", le dice: 
-Libre es cuando pagás una determinada suma y podés comer todo lo que quieras.
ESTO NO ES FICCIÓN. TAMPOCO, SPAM.
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