#21
-julepe literario-
"Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido. Desea saber quién es el que lo agarra; lo quiere reconocer, o al menos, poder clasificar. El hombre elude siempre el contacto con lo desconocido. De noche o a oscuras, el terror ante un contacto inesperado puede llegar a convertirse en pánico." Elías Canetti
PROSA
|
Pedro Páramo
| Juan Rulfo | |
El hombre de arena
| E. T. A. Hoffmann
|
DEFINICIÓN
| Vesre |
SE NECESITA...
CUALQUIERA
|
Noctabulismo
|
TALLER LITERARIO
ENLACES
| Letras
|
GRAFFITTI
ENCUESTA
ETIMOLOGÍA |
Pánico |
POEMAS
|
La extranjera
|
Oscar V. de Lubicz
Milosz
|
AGRADECIMIENTOS
SUSCRIPCIONES
Pedro Páramo
(fragmento)
- Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran
encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas,
sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy
viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes.
Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen.
Eso me venía diciendo Damiana Cisneros mientras cruzábamos el
pueblo.
- Hubo un tiempo que estuve oyendo durante muchas noches el
rumor de una fiesta. Me llegaban los ruidos hasta la Media Luna. Me acerqué para
ver el mitote aquél y vi esto: lo que estamos viendo ahora. Nada. Nadie. Las
calles tan solas como ahora.
"Luego dejé de oírla. Y es que la alegría cansa. Por eso no
me extrañó que aquello terminara.
"Sí -volvió a decir Damiana Cisneros-. Este pueblo está lleno
de ecos. Yo ya no me espanto. Oigo el aullido de los perros y dejo que aúllen. Y
en días de aire se ve al viento arrastrando hojas de árboles, cuando aquí, como
tú ves, no hay árboles. Los hubo en algún tiempo, porque si no ¿de dónde
saldrían esas hojas?
"Y lo peor de todo es cuando oyes platicar a la gente, como
si las voces salieran de alguna hendidura y, sin embargo, tan claras que las
reconoces. Ni más ni menos, ahora que venía, encontré un velorio. Me detuve a
rezar un Padre nuestro. En esto estaba, cuando una mujer se apartó de las demás
y vino a decirme:
" - ¡Damiana! ¡Ruega a Dios por mí, Damiana!
"Soltó el rebozo y reconocí la cara de mi hermana Sixtina.
"- ¿Qué andas haciendo aquí? - le pregunté.
"Entonces ella corrió a esconderse entre las demás mujeres.
"Mi hermana Sixtina, por si no lo sabes, murió cuando yo
tenía 12 años. Era la mayor. Y en mi casa fuimos dieciséis de familia, así que
hazte el cálculo del tiempo que lleva muerta. Y mírala ahora, todavía vagando
por este mundo. Así que no te asustes si oyes ecos más recientes, Juan
Preciado."
- ¿También a usted le avisó mi madre que yo vendría? - le
pregunté.
- No. Y a propósito, ¿qué es de tu madre?
- Murió -dije.
- ¿Ya murió? ¿Y de qué?
- No supe de qué. Tal vez de tristeza. Suspiraba mucho.
- Eso es malo. Cada suspiro es como un sorbo de vida del que
uno se deshace. ¿De modo que murió?
- Sí. Quizá usted debió saberlo.
- ¿Y por qué iba a saberlo? Hace muchos años que no sé nada.
- Entonces ¿cómo es que usted dio conmigo?
- ...
- ¿Está usted viva, Damiana? ¡Dígame, Damiana!
Y me encontré de pronto solo en aquellas calles vacías. Las
ventanas de las casas abiertas al cielo, dejando asomar las varas correosas de
la yerba. Bardas descarapeladas que enseñaban sus adobes revenidos.
- ¡Damiana! -grité -. ¡Damiana Ciseneros!
Me contestó el eco: " ¡... ana ...neros! ¡...ana ....neros!"
Juan Rulfo nació en Acapulco (México) en 1918 y falleció en el D.F. en
1986. Tres años antes de su muerte, le habían otorgado el premio Príncipe de
Asturias, en reconocimiento a una obra breve pero contundente: el libro de
relatos, El llano en llamas, y la novela, Pedro Páramo, de
donde tomamos unos párrafos. Póstumamente, se publicó el inédito Aire de las
colinas. Cartas a Clara.
El hombre de arena
(fragmento)
Así, cuando via Coppelius mi alma se estremeció y comprendí que sólo él podía
ser el hombre de arena; pero el hombre de arena ya no era aquel fantasma
terrible del cuento de la nodriza, que lleva ojos de niño a su nido de lechuzas
en la luna... No, era un monstruo más terrible, que dejaba dolor, penuria y
destrucción sin fin por donde pasaba.
Yo estaba como hechizado. A riesgo de ser descubierto y con
la clara conciencia de que en ese caso sería duramente castigado, me quedé
inmóvil, con la cabeza estirada, espiando a través de la cortina. Mi padre
recibió a Coppelius con toda solemnidad. "¡A trabajar!", dijo éste con un
graznido ronco, y se quitó el abrigo. Mi padre también se quitó su bata de
dormir, silencioso y sombrío, y ambos se pusieron largos delantales negros. Yo
no había podido ver de dónde los habían sacado. Mi padre abrió la puerta de un
ropero empotrado en la pared; pero entonces comprendí que eso que durante tanto
tiempo yo había tenido por un ropero, no era más que un nicho negro que guardaba
un pequeño horno. Coppelius se acercó y una llama brotó crepitante del horno.
Alrededor había todo tipo de extraños artefactos.
¡Ay, Dios! Cuando mi padre se inclinaba sobre el fuego
adquiría un aspecto totalmente distinto. Un dolor tremendo y convulsivo parecía
deformar sus rasgos venerables y mansos convirtiéndolo en una horrenda y
repugnante imagen del demonio. Se parecía entonces a Coppelius. Este blandía la
tenaza al rojo vivo y extraía con ella materiales incandescentes entre el humo
espeso, que luego martillaba con ímpetu. Yo sentía como si todo el cuarto
hubiese estado lleno de rostros humanos que iban haciéndose visibles; pero en
lugar de ojos tenían cavidades horribles, negras, profundas. "¡Ojos! ¡Ojos!",
gritaba Coppelius con voz sorda y atronadora. Espantado, lancé un grito y caí al
suelo desde mi escondite. Entonces Coppelius me agarró. "¡Pequeña bestia!
¡Pequeña bestia!", gruñó haciendo rechinar los dientes, y me arrojó sobre el
horno y la llama empezó a quemarme el pelo. "¡Ahora tendremos ojos, ojos, un
lindo par de ojos de niños!" Así murmuró Coppelius y sacó del fuego con sus
manos peludas trozos ardientes que pretendía echarme en los ojos. Entonces mi
padre levantó sus manos implorante y exclamó: ¡Señor, Señor! ¡Déjele los ojos a
mi Nataniel, déjeselos!" Coppelius lanzó una carcajada estridente y gritó: "Está
bien: que se quede con sus ojos y siga sufriendo con sus lecciones. Pero
estudiemos atentamente el mecanismo de las manos y de los pies". Y diciendo esto
me agarró con violencia, haciendo crujir mis articulaciones; luego me
desatornilló las manos y los pies cambiándolos de lugar. "No van bien en
cualquier parte. Mejor como estaban. El viejo entendía del asunto." Así
mascullaba Coppelius; pronto a mi alrededor todo se puso negro y sombrío, mis
nervios y mis miembros fueron presa de una convulsión dolorosa y perdí el
sentido.
Ernst Theodor Wilhelm Hoffmann nació en 1776 en Koningsberg, Prusia, y
murió en Berlín en 1822. Además de la narrativa incursionó en pintura como algo
más que un hobby, en música (enseñó piano y composición), y estudió Derecho. Su
trabajo como abogado lo llevó por diferentes ciudades de Alemania y Polonia. A
pear de ser feo, tuvo varios romances tormentosos y una mujer constante durante
veinte años, Mischa, que soportó sus altibajos económicos, licencias y
borracheras. Fundó una Sociedad Musical en Varsovia, trabajó como director de
teatros y orquestas, pintó frescos e hizo decorados, compuso óperas, musicalizó
obras, y sin embargo, con frecuencia convivió con el hambre y dejó una herencia
de deudas. Se lo recuerda principalmente por sus numerosos cuentos fantásticos,
entre los cuales destacan, El doble, La aventura de la noche de San
Silvestre, La ventana esquinera de mi primo, El caballero Gluck,
La olla de oro, El hombre de arena, la serie Los hermanos de
Serapión, entre tantos otros, y las novelas Los elixires del diablo
y Los puntos de vista del gato Murr.
Vesre. Al revés. Manera de hablar específica de ciertos núcleos, sobre todo en la ciudad de Buenos Aires, consistente en invertir el orden de algunas o de todas las sílabas de una palabra. Usado ante todo con sentido jocoso. La calle pasa así a ser la yeca, el café es el feca, un petiso es un tisope. Para otras palabras las reglas son un poco más complejas. Así, el vesre de "paisano" es "sopaina", y no el previsible "nopaisa", mientras que el de "calzoncillo" es "zolcillonca", en vez de "zoncillócal" o "cillocalzon". A veces ni siquiera hay identidad entre las letras de una palabra y su vesre. El vesre de "pelotas" (en el sentido de testículos) es "tarlipes". Y a veces ni siquiera coincide el número de sílabas: el vesre de "uruguayo" es "yorugua", y el de "pantalón", "lompa". Lo curioso es que un argentino sabe intuitivamente cuál es el vesre exacto de la más polisilábica de las palabras.
Del Diccionario Argentino-Español (para españoles) de Alberto J. Miyara
SE NECESITA...
Recolectores de graffiti con capacidad de asombro. Enviar graffiti a: niusleter@niusleter.com.ar. Gracias.
Noctabulismo: móviles subjetivos
Resulta difícil investigar exactamente los móviles que impulsan a obrar a los
sonámbulos, porque esos móviles son absolutamente subjetivos, y la ausencia del
recuerdo imposibilita al sonámbulo para darlos a conocer.
Si el sujeto se entrega a sus ocupaciones habituales o
profesionales, puede considerarse entonces que obedece a las sugestiones
provenientes de aquellas.
El capitán norteamericano de la marina Buster Merrick, cuenta
que uno de los marineros de su barco se levantaba por la noche de su hamaca,
circulaba por el buque, se encaramaba por los mástiles y se entregaba a las
faenas ordinarias de su oficio.
Está también documentado el caso de una niña de trece años,
que salía de su lecho después de dormir una hora, se vestía, y después de comer
una rebanada de pan con manteca se ponía a coser. Los movimientos eran precisos
y firmes, pero no parecía que viese a nadie aun cuando tuviese los ojos abiertos
y buscase los rincones oscuros, lejos de la luz. No respondía cuando se la
interrogaba, pero a veces hablaba sola, y entonces era posible entablar con ella
una conversación de una o dos horas, y al cabo de ellas la niña se desvestía y
volvía a meterse en la cama para dormir tranquilamente hasta la mañana, en que
no se acordaba de nada de lo sucedido durante la noche.
Un joyero nos cuenta que, cuando hacía su aprendizaje en
París, tenía por compañero de cuarto a un engarzador de diamantes que, a veces,
se levantaba por la noche sin despertarse, encendía la luz y terminaba
con gran habilidad la obra que había comenzado durante el día. En seguida volvía
a acostarse y después, a la mañana, no se daba cuenta de cómo y por quién había
sido concluída su tarea.
Independientemente de una predisposición natural y
enfermiza, pero indispensable, vemos a los sonámbulos dominados por una idea
fija que habiéndoles preocupado durante la vigilia todavía embarga su cerebro
durante el sueño. En algunas ocasiones sucede que la razón adquiere una
delicadeza, penetración y precisión superiores, y entonces se contempla a los
artistas acabar obras notables, a los oradores escribir discursos magníficos, a
los sabios solucionar difíciles e interesantes problemas.
Magia y ciencias ocultas, Robert
Leabeather, Sociedad Editora Latino Americana, Buenos Aires, 1958.
Encuentros semanales de lectura y escritura.
Coordinan: Alejandro Güerri - Fernando Aíta.
Más información: acá
Consultas: niusleter@niusleter.com.ar
Página de literatura:
http://literarias.galeon.com/
"Soy del Defe. Entiendo tu envidia". Con marcador en una pared dentro del colegio que está en el Parque Rivadavia. Enviado por Germán Bermant.
"Puto el que lee". Con fibrón. En el baño del bar El Progreso, en Palermo. Visto por Mauro Oliver.
1- ¿Qué cosas le dan miedito? ¿Cuál fue el peor julepe de su vida?
2-
A la hora de comprar un libro, lo más importante es:
a- el nombre del autor
b- el título
c- la tapa
d- la contratapa y/o solapas
e- lo que dicen los diarios y/o revistas de
tal libro o autor
f- lo que dicen las palabras de los
primeros párrafos u otros elegidos al azar
g- si es lo más ridículo o inverosímil de
la mesa de saldos
h- si sus amigos se pondrán contentos o
morirán de envidia
i- otros:
Envíe sus respuestas a: niusleter@niusleter.com.ar
PÁNICO 'miedo grande', mediados del siglo XVII. Tomado del griego panikón ídem, abreviación de dêima panikón 'terror causado por Pan', divinidad silvestre a quien se atribuían los ruidos de causa ignota oídos por montes y valles.
La extranjera
Yo nada
sé de tu pasado. Has debido soñarlo.
--Sí, has debido soñarlo, de seguro.
Sólo vislumbro tu rostro en la irisación grisácea de la lluvia.
Noviembre sepulta el paisaje. Y mi vida.
Nada sé y nada quiero saber de tu pasado.
Tus
ojos me hablan de brumosas ciudades últimas
que no he de ver jamás
y cuyos nombres jamás oiré en tu voz.
Noviembre cae sobre mi alma. Y también sobre la llanura.
Yo te veo, oh desconocida, a través de un tiempo Otro.
Son
cosas, desde hace mucho, muertas
--¡irremediablemente muertas!
músicas sofocads, ajadas lujurias.
Podría asegurar que noviembre aguarda tras la puerta.
Veo además vivir en tu pecho aquello que tu corazón olvida.
Lejos,
muy lejos de aquí está tu alma. Tu alma extranjera
es una noche de bruma,
de bruma y de llovizna sucia sobre los arrabales,
donde la vida tiene el color frío de la tierra,
donde hay hombres que morirán sin haber conocido el amor.
Tú ya
me has encontrado en otro tiempo, ¿recuerdas?
Sí, en un tiempo Otro, tristemente Otro,
en el país de los viejos libros y de las músicas antiguas,
en el azul crepúsculo de una mansión tranquila
con ventanas letárgicas.
El
fantasma de los vocablos que ya no recuerdas
o que quizá no pronunciaste
da a tu distante presencia un sentido demasiado singular.
Yo descifro e el libro de tu silencio
tu historia muerta para siempre, aun para ti.
Mi
desvaída razón es sólo un anhelo de lucidez,
un día de sol antiguo
sobre el sendero donde tu dicha se encontró con tu dolor.
Quizá todo esto no ha ocurrido jamás,
pero si yo te lo afirmase, tú te morirías de espanto.
Es cosa
triste como día de invierno en los suburbios
donde transita la muerte de la ciudad,
como enfermedad y desconsuelo en una casa de prostitución,
como un ruido de pasos en una morada extraña,
como el vocablo "antaño" cuando cae la sombra sobre el mar.
Nada
quiero saber de tu pasado. Veo
extinguirse el día,
el último día sobre tu rostro, sobre tus manos.
Déjame ignorar dulcemente los senderos
donde supo el azar conducirte hasta mí.
Encuentro otra vez en tus ojos realidades de sueños
de sueños soñados en un ya viejo tiempo
y visiones abiertas al sol de la vida.
En la penumbra envenenada de la lluvia
diríase que una eternidad concluye.
Yo
reconozco en ti a seres misteriosos,
a viajeros con rumbo secreto
encontrados otrora en la bruma de las estaciones
donde todos los ruidos adquieren inflexiones de adioses.
Te vuelves otras veces para mí una atmósfera de feria
con sus
luces lloronas y sus relentes
de enmohecimiento y vicio;
con su miseria y con el gozo enfermizo de sus músicas.
Recuerdos de nostálgicos garitos
mézclanse entonces al caos de mi enervamiento.
Si yo
intentase salir, si solamente cerrase tras de mí la puerta,
di, ¿qué harías?
Sería tal vez como si tus ojos no me hubiesen conocido jamás.
El ruido de mis pasos moriría sin eco en la calle
y únicamente podría advertir la noche en tus ventanas.
Es como
si debieses abandonarme hoy,
en un de pronto y para siempre,
sin soñar en decirme de dónde vienes ni a dónde vas.
Llueve sobre los grandes jardines desnudos; mi alma está aterida;
noviembre sepulta el paisaje. Y mi vida.
Oscar V. de Lubicz Milosz (1877-1939) fue un poeta de origen lituano que escribió en francés, también teatro y novelas. Vivió y murió en París. Fue un espíritu melancólico y luminosamente sombrío, inclinado a teologías y meditaciones metafísicas. Su biografía nos fue esquiva.
¿Qué otro sino vos,
ícono de esta era, Mariano Valcarce, Soporte Técnico?
Darío Cánovas, de Cuatro Comunicadores Visuales.
Alberto Chamorro.
A quienes respondieron a la encuesta con ingenio y concisión.
A quienes nos hacen críticas mordaces y sugerencias pertinentes.
A quienes leen primeramente los agradecimientos.
Si no desea recibir Ñusleter envíenos un mensaje electrónico con asunto "Ya Estoy Harto" a niusleter@niusleter.com.ar
Si desea recibir Ñusleter envíenos un mensaje electrónico con asunto "Yo También Quiero" a niusleter@niusleter.com.ar
MÁS ÑUSLETER EN:
http://www.niusleter.com.ar