ñ

V

 

 

 

Ñusléter vuelve

 

# 191

 

 


 

"Si el poder es uno

si el poder es sumo

más y menos y menos y más

el poder es humo"

Santiago Perednik

 

"Tengan unión verdadera

En cualquier tiempo que sea.

Porque si entre ellos pelean

Los devoran los de ajuera."

José Hernández

 


 

ÍNDICE

 

DEFINICIÓN | Cinchar |
POEMAS | Circum-loquio sobre el neoliberalismo tercermundista | Haroldo do Campos |  

TALLER LITERARIO| En movimiento |

ENCUESTA

GRAFFITTI  

AGRADECIMIENTOS

PROSA | La tierra  | Djuna Barnes |  

RESPUESTAS| Cosas que no cambian |

ÑUSLÉTER TRABAJA
ENLACES | Varios |

SUSCRIPCIONES  

CONTACTO | niusleter@niusleter.com.ar

 

Ñusleter 24hs


 

DEFINICIÓN

 

CINCHA f.

a raja cincha(s) locución adverbial. Muy rápidamente (a revienta cinchas).

L. Lugones, Romances, 1938, 24: Pues fue así que a raja cinchas, / sin compasión ni desmayo / los corrieron hasta el mismo / lindero del Ancasmayo.

2. Con exceso, sin medida.

R. J. Payro, Casamiento, 1920, 40: El paisanaje, caliente, jugaba a raja cincha.

CINCHADA f.

Juego en el que dos bandos asidos a los extremos de una cuerda tiran de ésta para vencer al rival atrayéndolo hasta que pase el límite de su campo.

Crónica, 15.09.2001: A las 15 comenzarán los juegos familiares: carrera de embolsados o ensacados, carrera de carretillas humanas, carrera de tres pies, cuchara con huevo, cinchada y otros similares.

CINCHAR intransitivo, figurativo coloquial. Apoyar, alentar con entusiasmo, particularmente en competencias deportivas.

Página 12, 09.10.2001: Los apoyé e hice esfuerzos para que muchos argentinos descreídos confiaran en su gobierno. No soy nadie y mi palabra no significa gran cosa, pero yo estuve de su lado, apoyándolo y cinchando con toda modestia.

2. figurativo coloquial. Trabajar empeñosamente para que una cosa se realice.

E. Santos Discépolo, Yira... yira [1930], 1995, 210: Cuando te dejen tirao / después de cinchar; / lo mismo que a mí.

 

En el Diccionario del habla de los argentinos, Academia Argentina de Letras, Buenos Aires, 2003.

 


 

POEMAS

 

Circum-loquio (pur troppo non allegro) sobre el neoliberalismo tercermundista

 

4


el centro y la derecha

(des) conversan

sobre lo social
(cuestión de policía):

el desempleo es un mal

coyuntural

(conjetural)

pues en el cielo de la estadís-

tica el futuro

se decide por la ley

de los grandes números

 

 


Haroldo do Campos
(1929-2003), brasilero. En 1956 fundó de la poesía concreta, trabajó con su hermano Augusto y Décio Pignatari en el Grupo Noigandres. Tradujo poemas nahuátl, a Juan L. Ortiz, a Juan Gelman, a Oliverio Girondo, entre muchísimos más, e hizo una versión portuguesa de la Ilíada. Fue teórico de las vanguardias hispanoamericanas, colaboró con músicos populares y militó en el PT de Brasil. Publicó en infinidad de revistas y dejó más de treinta libros de poemas. 

 

a Tope | 24hs

 


 

TALLER LITERARIO

 

¿No te querés perder ninguna

de todas las que bullen en tu cabeza?

Anotálas como puedas, como salgan,

separálas y volvélas a juntar

a ver cómo se acomodan.

¿Quién te dice, quién sabe?

Por ahí te sale algo fundamental. 

 

Dicho y hecho.

Encuentros de leer y escribir.

 

Con: Fernando Aíta y Alejandro Güerri

 

Más información acá

O pregunte en: niusleter@niusleter.com.ar  

(Asunto: Taller literario).

 


 

ENCUESTA

 

Imagínese que una nube de humo se aposenta sobre su ciudad durante dos semanas.

Usted, ¿qué haría?

 

En 100 palabras.

 

Escriba su respuestas en: www.niusleter.blogspot.com

 


 

GRAFITI

 

"Tu cuerpo descomunal, sin vestimenta,
quisiera, con todo respeto, palpar."
Escrito con letras enormes sobre la calle Yrigoyen, al llegar a Compayré, en 9 de Julio, Prov. Bs. As. Lo envío alondra.

"LEAN BARRIO NUEVO
TERNERO MAMÓN VEZ UNA TETA
Y TE PRENDE A CHUPALA.
VIOLADOR DEJENERADO CHORO.
LO ORCASTE A BARtOLO. ROJA CON UN ALAMBRE
EN EL CUELLO, CUANDO CORTABA LADRILO
Y TE JUBILASTE SUSIO. ASESINO MORIS
DE CANCER EN EL PANCRIA. ROSA TU ENEMIGA"
En la primera parada de colectivos del ingreso a la localidad Estación General Paz, en la provincia de Córdoba. Registrado por Mati!

"No existe más verdad que la muerte"

En Sarmiento al 4100. Lo vio soy yo che!

"Un par de rocanroles en una noche con luna gris."
En la esquina de Bulnes y Humahuaca, Almagro, lo vio Gi.

 

"Jessi gorda cogedora te (corazón)"

En Cabrera y Julián Alvarez. Lo vio José Esses.

 


 

AGRADECIMIENTOS

 

Malena Bystrowicz, Mauroliver, Mariano Valcarce ST, Karin Haunold, Nico Mancuso, Man.olita, Emi R. Nuesch, Celia Coido, Agus Larrea, Julián Cánepa, Vivi Abelson, Luis Tedesco, Mariano Mancuso, Sebastián Pérez, Carrara, Eliana Drajer, José Esses, Darío Cánovas, Mariano Fiszman, Nahuel Valcarce, Lisandro Aldegani, Los Mal Llevados, Ensayos en Vivo, Alina Ballester, El Bambinito, Julia Sarachu, Luchi Lala, Carlos Ardohain.

 

Y a toda la gente que decía: "che, hace rato que no me llega".

 


 

PROSA

 

La tierra (completo)

 

Una y Lena eran como dos buenos caballos, caballos que uno ve cuando empieza a amanecer mientras pacen lentamente, balanceándose de un lado a otro, caballos que aran, nunca con prisas, pero siempre haciendo algo. Eran mujeres polacas que trabajaban el campo todos los días, hablando poco, pensando poco, sintiendo poco, con una mirada carente de todo, salvo un destello de astucia que de vez en cuando se advertía con claridad en Una, la mayor. Lena soñaba más, si se puede llamar sueños a los silencios de un animal. Durante horas dejaba su mirada perdida en el horizonte, con sus párpados inmóviles desprovistos de pestañas, y con una extraña calidad metálica en el iris de sus ojos. Tenía unas cejas tan claras que apenas se distinguían, lo que, unido a sus ojos muy abiertos cuando caía en esos silencios, le daba una expresión de persona medio loca. Su rostro marcadamente campesino estaba bordeado por un flequillo de cabello pelirrojo, como un tapete de lana, de un color a la vez raro y atractivo, un color obstinado, un color que parecía hacer que Lena sintiese que algo extraño y malhumorado se le había instalado en la frente; pues, de vez en cuando, arrugaba su gruesa y blanca piel y sacudía la cabeza.

Una nunca mostraba su pelo. Siempre lo cubría con un pañuelo estampado, aunque lo tenía muy bonito, de ese rubio ceniza que uno ve en los niños que corren al sol.

En un principio las tierras habían sido de su padre. Cuando murió, se las dejó a ellas de una forma muy peculiar. Temiendo divisiones o peleas en la familia, legó a Una todos los pies impares, empezando por el primero en la valla, y todos los pares a Lena, empezando por el segundo. Así que las dos muchachas araban y surcaban y trasplantaban y almacenaban una copiosa cosecha cada año sin disputarse la herencia. Trabajaban en silencio, hombro con hombro, sin quejarse. Los huertos tampoco se quejan cuando sus ramas florecen y se cargan de frutos cada vez más pesados. Tampoco se queja la tierra cuando la hiere el arado, y cicatriza para dar paso a las flores y las verduras.

Después de ahorrar durante largos meses, habían construido una casa, a la que trasladaron sus muebles y a un tío, Karl, que se había vuelto loco un día recogiendo heno.

 

No manifestaron sorpresa ni pena. Para nosotros la locura significa retroceso; para las personas como Una y Lena significaba un avance. Ahora su tío había penetrado en un mundo más allá de ellas, el mundo de la fantasía. Durante cincuenta años había sido como ellas, silencioso, trabajador, poco imaginativo. Y de pronto, como un colegial que pasa sus exámenes, se había elevado a otra forma, en la que hablaba de cosas de las que sólo hablan las personas que han renunciado a la tierra: cosas extrañas, irreales, sin importancia; cosas ante las cuales se siente un cierto respeto, pues no se refieren a ganancias ni a pérdidas.

Cuando Karl se ponía de pronto a gimotear, lo escuchaban un rato desde el campo como dos perros que paran el oído a un sonido familiar, y, al cabo, Lena iba y le hacía masajes hasta calmarlo, con la misma energía con la que hubiera presionado la bolsa alargada que contenía la uva en tiempo de hacer conservas.

Una había ido a la escuela el tiempo justo para aprender a deletrear su nombre con dificultad y a sumar. Lena, por alguna razón, se había librado. No sabía escribir su nombre ni los números; estaba contenta de que Una pudiera llevar “los negocios”. No se daba cuenta de que con la suma se sabe que dos y dos son cuatro y que cuatro es mejor que dos. Nunca se le pasó por la cabeza que un día pudiera ser víctima de algún bribón, traidor o estafador. Para ella estaba muy claro que allí vivirían y allí morirían. En la finca había un cementerio familiar donde habían sido enterradas dos generaciones. Y allí, suponía ella, también descansaría Una cuando su mecha dejara de responder al aceite.

 

La tierra era suya y de Una. Compartían el trabajo, las pérdidas y también lo que sacaban de ella. Cuando la estación de las conservas iba bien y no moría ningún caballo, ella y su hermana iban a la ciudad a comprarse botas nuevas y unos volantes para el Sabbath. Y si todo les iba bien y todas las cosechas se vendían a buen precio, añadían un poco de mobiliario a sus escasas pertenencias, o compraban más plata para guardarla en la cómoda destinada a la hermana que se casara primero.

Lena nunca se había molestado en pensar cuál de las dos llegaría primero a la cómoda. Se sentaba durante horas y horas, después de desbrozar el campo, sin decir nada, mirando al horizonte, lanzando tal vez un guijarro colina abajo, y escuchando su eco en el barranco.

Ni siquiera se paraba a pensar en la manera en que Una se ocupaba de los asuntos. Una era su hermana; aquello era suficiente. La mano derecha siempre va acompañada de la izquierda. Lena no había aprendido que, a veces, las manos izquierdas roban mientras las derechas se estrechan en un gesto de amistad.

En ocasiones, tío Karl se escabullía de Lena y, pasando por encima de pantanos y cercas, aparecía de pronto en una finca vecina, y allí le creaba problemas al propietario. Entonces Lena lo llevaba a casa, con la misma actitud impertérrita que cuando recogía las vacas. Un día lo trajo un hombre.

 

Aquel hombre era sueco, de cara pálida, con una cierta perspicacia en la mirada que hacía sospechar que de vez en cuando tenía pensamientos que nada tenían que ver con el campo. Era ancho de hombros y mediría casi uno noventa. Después de aquello había vuelto a ver a Una muchas veces. Una tarde se quedó de pie junto a la puerta, girando la cabeza y los hombros a uno y otro lado, mirando primero a una hermana, luego a la otra. Tenía esa clase de labios pálidos y bien formados que dan la sensación de resultar cómodos al propietario. De vez en cuando, los humedecía con un rápido movimiento de la lengua.

Siempre llevaba guardapolvos marrones, abombados a la altura de la rodilla y de un color más claro a la altura de los codos. El primer día, las hermanas habían sabido que era «ayudante» del dueño de la finca colindante. Gruñeron en señal de aprobación y le preguntaron lo que ganaba. Cuando dijo un dólar y medio y pensión completa durante toda la estación invernal, Una le sonrió.

–Buena paga –le dijo, y le ofreció un vaso de vino caliente con especias.

Lena no dijo nada. Con las manos en las caderas, lo observaba o elevaba su mirada al cielo. Lena era joven todavía y la noche aún la atraía. También le gustaba el sueco. Era robusto, grande y "de buena casta". Esto significaba para ella lo mismo que cuando se refería a un caballo. Tenía calidad, que, a su juicio, significaba lo mismo. Y era "adecuado", así como el suelo es adecuado para asegurar unos beneficios. En otras palabras, estaba sano y se ganaba la vida.

En un principio él se había fijado más en Lena. El suyo era el rostro más suave de dos rostros duros como piedras. Su barbilla terminaba en una punta que podría haber significado que a veces podía mirar con suavidad, que su lenta sonrisa podía llegar a ser dulce, una sonrisa que iba descubriendo con timidez una dentadura grande y bonita. Con el tiempo, aquella sonrisa podía llevar a pensar más en sus labios que en la dentadura, en lugar de lo contrario, como era el caso.

En la barbilla de Una acechaba un diablo. Se doblaba hacia dentro secretamente bajo el labio inferior. El rostro de Una era un bloque compacto de cálculo, excepto encima del labio superior, donde temblaba un poquito de vello.

Sin embargo, daba una sensación extraña. Hacía pensar en un fleco de adorno en un martillo.

Una se había adjudicado al sueco. Hizo lo imposible para ofrecerle el equivalente a las miradas encantadoras de las chicas de sociedad. Lo dejaba sentar y ella se quedaba de pie, lo dejaba holgazanear aunque hubiese trabajo que hacer. En momentos en que hubiera puesto a pelar patatas a cualquiera, a él le ofrecía vino o cerveza, pan negro y pastelillos ácidos.

Lena no hacía nada de todo esto. Parecía desdeñarlo, fingía indiferencia, lo ignoraba. Si hubiera sido lo bastante inteligente, habría mirado en su interior.

Para él, su indiferencia era desprecio, su silencio era censura, su desinterés era un insulto. Por fin la dejó en paz y dedicó su tiempo a Una, yendo a buscarla a menudo los domingos para ir a dar largos paseos. Adonde y por qué no importaba. A un festival en la iglesia, a una matanza de cerdo, si se hacía en domingo. A Lena no parecía importarle. Esa era su intención; no era generosidad o espíritu de sacrificio por su parte, en absoluto. Era simplemente que nunca se le había pasado por la cabeza casarse antes que su hermana, que era la mayor. En realidad, lo que le hacía esquivar al amante de Una era la impaciencia por casarse. Tan pronto como se deshiciera de Una, también ella podría pensar en casarse.

Una no podía comprenderla. A veces la llamaba y, de pie con los brazos en jarras, se quedaba mirándola fijamente durante tanto rato que Lena la olvidaba y su mirada se perdía en el cielo.

 

Un día Una llamó a Lena y le dijo que estampara su marca en la parte inferior de una hoja de papel llena de una letra ininteligible. La de Una.

–¿Qué es? –dijo Lena, cogiendo la pluma.    

–Sólo dice que los pies pares de la finca son tuyos.   

–Eso ya lo sabes –dijo Lena, volviendo a dejar la pluma.       

Una volvió a dársela.

–Ya lo sé, pero quiero que lo escribas: que son míos todos los pies pares de la finca empezando por el segundo desde la cerca.

Lena se encogió de hombros.         

–¿Para qué?

–Lo piden los abogados.

Lena estampó su marca, depositó la pluma y empezó a pelar guisantes. De pronto, sacudió la cabeza.

–Pensaba que los pies pares eran míos ¿no? –dijo, empujando la cacerola hacia sus rodillas y mirando fijamente a Una con ojos muy abiertos y suspicaces.

–Sí –afirmó Una, que acababa de guardar el papel en una caja con llave.

Lena arrugó la frente, acercando así el flequillo pelirrojo a sus ojos.

–Pero me has hecho firmar que eran tuyos, ¿eh?

–Sí –asintió Una, poniendo el agua a hervir para el té.

–¿Por qué? –quiso saber Lena.

–Para tener más tierra –respondió Una sonriendo.

–¿Más tierra? –inquirió Lena, poniendo la cacerola de los guisantes encima de la mesa y levantándose. –¿Qué quieres decir?

–Más tierra para mí –respondió Una complacida. Lena no podía entenderlo y empezó a restregarse las manos. Cogió una vaina y la rompió con los dientes.

–Pero yo estaba contenta con la tierra tal como estaba –dijo. –No deseo más.

–Yo sí –respondió Una.

–¿Y eso hace que yo tenga más? –preguntó Lena con desconfianza, inclinándose un poco hacia adelante.

–Hace que no tengas nada –respondió Una–. Ahora eres mi ayudante...

Entonces Lena comprendió. Se quedó inmóvil por un instante. Inesperadamente, agarró el cuchillo del pan y, abalanzándose hacia adelante, gritó:

–Me has tomado mi tierra...

Una la esquivó, le agarró la mano que sostenía el cuchillo, la hizo descender y se lo quitó con toda tranquilidad. Luego apartó a Lena de un empujón y repitió:

–Ahora trabajarás exactamente igual, pero para mí... ¿Por qué estás tan enfadada?

Ni una lágrima acudió en auxilio de Lena. Y, si lo hubiera hecho, se habrían secado al instante al contacto con el acero que ardía en sus ojos. En un tono de voz cargado de un odio repentino y terrible dijo:

–Sabes lo que has hecho, ¿no? Sí, me has quitado los árboles frutales, me has quitado el lugar donde he trabajado durante años, me has robado mis cultivos, te has quedado con mi cosecha. Pase, pero además me has quitado la tumba. Me has quitado el lugar donde vivo y el lugar donde iré cuando muera. Tal vez hubiera trabajado para ti, pero –dijo golpeándose el pecho–, cuando muera, moriré para mí misma.

Dicho lo cual se dio media vuelta y salió de la casa.

Se dirigió al granero. Sacó los dos caballos sementales y los enganchó al carro. Haciendo el menor ruido posible, los llevó hasta el camino. Luego se montó, agarró el látigo con una mano y las riendas firmemente con la otra y gritó con voz ronca:

–¡Eh, tú, perrito, mira cómo monto! –Y cuando Una fue corriendo a la puerta, Lena volvió a gritar, girándose en el asiento:– Yo también te lo quito.

Y, lanzando el látigo hacia los caballos, desapareció en un remolino de polvo.

Una se quedó de pie protegiéndose los ojos del sol con la mano. Nunca habían visto a Lena enfadada, por lo cual pensó que se había vuelto loca, como le había ocurrido antes a su tío. Era plenamente consciente de que le había hecho una mala jugada a Lena, pero no había contado con que Lena también se diera cuenta.

Se preguntaba cuándo regresaría con los caballos. Incluso preparó comida para las dos.

Lena no regresó. Una la esperó hasta el amanecer. Le preocupaban más los caballos que su propia hermana; los caballos representaban seiscientos dólares, mientras que Lena sólo era un familiar. Por la 1 mañana, regañó a Karl por haber dado sangre de locos a la familia. Luego, hacia la segunda noche, esperó al sueco.

La noche pasó como las otras. El trabajador sueco no se presentó.

Una estaba aturdida. Fue a ver a un vecino y le expuso el asunto. Éste le dio algunos consejos legales que la dejaron estupefacta.

Por fin, al terminar la semana, como no aparecían ni los caballos ni Lena, y también por la extraña ausencia del hombre que había estado cortejándola algunas semanas, Una lo puso en conocimiento de la policía local. Y diez días después localizaron los caballos. El hombre que los llevaba dijo que se los había vendido una joven polaca que pasó por su granja con un hombre alto, sueco, avanzada la noche. Ella había explicado que había intentado venderlos aquel día en una feria, pero que no había podido separarse de ellos, y al cabo se los había dejado a él por un precio bajo. Añadió que le había pagado trescientos dólares. Una volvió a comprarlos por aquel precio con dinero ahorrado duramente, tanto suyo como de Lena.

Luego, esperó. Un amargo odio iba creciendo en su interior y recorría sus campos de acre en acre con un ayudante contratado que parecía una gran cosa hecha de madera.

Pero, a medida que pasaba el tiempo, sus sentimientos cambiaban. A veces casi llegaba a arrepentirse de lo que había hecho. Al fin y al cabo, Lena había trabajado bien y de un modo pacífico. Había sido Lena también la que mejor conseguía apaciguar a Karl. Sin ella, recorría la casa frenético y pateando el suelo y últimamente había empezado a acusarla de haber asesinado a su hermana.

Entonces, un día, apareció Lena llevando algo en los brazos, meciéndolo de lado a lado mientras el sueco amarraba una bonita yegua en la puerta del granero. Lena se acercó a la casa cantando y tras ella iba su hombre.

Una se quedó de pie inmóvil, impertérrita, callada. Cuando Lena llegó hasta ella, destapó el fardo y le acercó el bebé.

–Bésalo –dijo.

Sin pronunciar palabra, Una se inclinó y lo besó.

–Gracias –dijo Lena, volviendo a colocar la mantilla. –Ahora ya has puesto tu señal. Ya has firmado. –Y sonrió.

El sueco estaba un poco moreno del sol. Se sacó la gorra y se quedó allí sonriendo incómodo.

Lena prosiguió hacia dentro y se sentó.

Una la siguió. Detrás de Una iba el padre. Se oía a Karl cantando y zapateando arriba.

–Dale agua de melaza y pastelillos –gritó, asomando la cabeza por la trampilla, tras lo cual estalló en carcajadas.

Una llevó tres vasos de vino. Inclinándose, acarició al bebé en la barbilla para hacerlo sonreír.

–Cuéntame –dijo. Lena empezó:

–Bueno, yo fui a buscarlo –dijo señalando al azarado padre. –Y lo puse detrás y lo llevé a la ciudad y me casé con él. Y se lo expliqué. Le dije: Se ha quedado con mi tierra, las flores, los frutos y las verduras. Y también me ha quitado la tumba donde he de descansar...

 

Y al final parecían buenos caballos, pero uno de ellos andaba algo encabritado.

 

 

Djuna Barnes (1892-1982) trabajó como ilustradora, periodista, y editora del Daily Eagle de Brooklyn. Publicó poemas (El libro de las mujeres repulsivas), obras de teatro, libros de dibujos, la novela El bosque de la noche (1936), y póstumamente aparecieron antologías de sus cuentos.

 


 

RESPUESTAS

 

¿Hay cosas que no cambian nunca? ¿Ejemplos?

 

elnombresdestino dijo...
"¿Hay cosas que no cambian nunca ?"
Nunca hay cosas que no cambian
+
Hay cosas que no cambian nunca
=
ay que no cambian nunca cosas

 

Carola dijo...
mi ex.
y según él, yo.
y la esperanza de que estemos equivocados, también.

Más preguntas y respuestas en: www.niusleter.blogspot.com

a Tope | 24hs


 

ÑUSLÉTER TRABAJA

 

-Hoy entrevisté a catorce chantas: unos curriculum impresionantes pero qué caripelas...

-No pierdas más tiempo. Tengo unos pibes para recomendarte.

 

Ñusléter trabaja.

 

~ Creación y desarrollo de contenidos

~ Investigaciones y notas

~ Corrección y traducción de textos

~ Coordinación y planificación de talleres y eventos

 

Más información acá.

 


 

ENLACES

 

~ Casaclub y Cornucopia Pachamama

Club cultural. Magia. Que vuelva pronto.

http://www.ccpachamama.blogspot.com/

 

~ Revista La Quetrófila

Número 2 en la calle.

http://www.laquetrofila.blogspot.com

 

~ Delfina Venditti

Ilustraciones.
http://www.delfinavenditti.com.ar

 

~ Eloisa Ballivián

Pinturas.
http://www.eloisaballivian.com/

 

~ Eli Neira

Poemas y perfos desde Chile

http://elizabethneira.blogspot.com

 

~ Cuentario del Sur

Página de Rodolfo Camacho

http://cuentariodelsur.blogspot.com

 


 

SUSCRIPCIONES

 

Inflación cero: seis años al mismo precio.  

 

Si desea recibir Ñusleter gratis,  

envíenos un mensaje con asunto "Yo También Quiero" a niusleter@niusleter.com.ar

 

Si no desea recibir más Ñusleter,  

envíenos un mensaje con asunto "Ya Estoy Harto" a niusleter@niusleter.com.ar

 

Ah, esto no es ESPAM.

 

a Tope | 24hs


 

ÑUSLETER -24 hs. de literatura:

http://www.niusleter.com.ar