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-pata de lana literario-

 

# 132

 

 

  


 

"Y realmente nosotros conforme a buena justicia siempre tenemos razón para ser cornudos; porque si la mujer es buena comunicarla con los próximos es caridad y si es mala, es alivio propio". Francisco de Quevedo

 

"Diremos de paso que, si bien él hacía ya largo tiempo que manifestaba indiferencia sexual por su mujer, no bien se le ocurrió asesinarla con armas sutiles, sintió que sus apetencias dormidas despertaban feroces. Era como volver a estar enamorado." Alberto Laiseca

 


 

ÍNDICE

 

PROSA | La esposa |  Anton Chejov |
TALLER LITERARIO | FAQ |
AGRADECIMIENTOS
ENCUESTA

POEMAS | Tres poemas para mujeres | Respuesta a la pregunta de un hombre | Susan Griffin |  
ENLACES | Acuático |
DEFINICIÓN | Mística |
SUSCRIPCIONES
CONTACTO
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Ñusleter 24hs

 


 

PROSA

 

La esposa

 

    –Ya le he dicho que no me toque la mesa –exclamó Nikolai Evrafych–. Cada vez que me la arregla usted no puedo encontrar nada. ¿Dónde está el telegrama? ¿Dónde lo ha echado usted? Haga el favor de buscarlo. Lo mandan desde Kazan y lleva fecha de ayer.
    La doncella, pálida, muy flaca, de rostro impasible, encontró unos telegramas en la papelera debajo de la mesa y sin decir palabra se los entregó al doctor. Pero eran telegramas locales, de enfermos. Luego buscaron en la sala y en la habitación de Olga Dmitrievna.
    Era ya la una de la madrugada. Nikolai Evrafych sabía que su mujer no volvería pronto a casa, en todo caso no antes de las cinco. No tenía confianza en ella. Cuando tardaba en regresar, él no dormía, se desesperaba y sentía desprecio por su mujer, por la cama de ella, el espejo, la bombonera y los lirios y jacintos que alguien le enviaba todos los días y que daban a la casa el olor empalagoso de una tienda de florista. En tales noches se tornaba mezquino, caprichoso, irritable. Esta vez le parecía que no podía prescindir del telegrama recibido de su hermano el día antes, aunque el tal telegrama contenía sólo felicitaciones y saludos.
    En la mesa del cuarto de su mujer, bajo la caja de papel de cartas, encontró un telegrama y le echó un vistazo. Llevaba las señas de su suegra, para entregar a Olga Dmitrievna, procedía de Montecarlo y lo firmaba «Michel». El doctor no pudo entender palabra del texto porque estaban en un idioma extraño, inglés, al parecer.
    –¿Quién es este Michel? ¿Por qué de Montecarlo? ¿Por qué a nombre de mi suegra?
    En siete años de vida de casado había adquirido el hábito de sospechar, de adivinar, de ponderar pruebas y nunca se le había ocurrido que gracias a esa práctica casera podría ahora pasar por detective consumado. Cuando entró en el gabinete y se puso a cavilar recordó al punto cómo año y medio antes, estando con su mujer en Petesburgo, habían almorzado en Kyuba con un compañero suyo de colegio, ingeniero de caminos, canales y puertos, y cómo éste les había presentado a un joven de unos veintidós o veintitrés años llamado Mihail Ivanych, con un apellido corto y algo extraño: Ris. Dos meses después el doctor vio en el álbum de su mujer una fotografía de este joven con una dedicatoria en francés, que decía: "En recuerdo del presente y con esperanza para el futuro." Más tarde, en casa de la suegra, tropezó con este mismo joven un par de veces. Y ello cabalmente cuando su mujer había empezado a salir a menudo y volvía a casa a las cuatro o a las cinco de la mañana, y cuando le pedía de continuo un pasaporte para el extranjero, que él le negaba, con lo cual se armaba una trapisonda en la casa que duraba días enteros y que avergonzaba hasta a la servidumbre.
    Medio año más tarde sus colegas le diagnosticaron una tisis incipiente y le aconsejaron que lo dejara todo y se fuera a Crimea. Cuando Olga Dmitrievna se enteró de ello, fingió grandísimo susto. Acariciaba a su marido y aseguraba sin cesar que Crimea era comarca fría y aburrida; que sería mejor ir a Niza, adonde ella le acompañaría, y que allí le cuidaría, atendería a sus necesidades y le tendría tranquilo... y ahora comprendía por qué su mujer quería ir precisamente a Niza: Michel vivía en Montecarlo.
    Cogió un diccionario inglés–ruso y traduciendo unas palabras y adivinando el significado de otras consiguió formar poco a poco la frase: “Bebo a la salud de la muy amada mía y beso mil veces su minúsculo pie. Aguardo impaciente llegada.” Se percató del papel lamentable y ridículo que representaría si consentía en ir con su mujer a Niza. Casi rompió a llorar del agravio que sentía y, presa de honda agitación, se puso a recorrer la casa entera. Su orgullo se rebelaba y se sintió poseído de asco plebeyo. Con los puños apretados y el rostro contraído por la repugnancia se preguntaba cómo él, hijo de un pope de aldea, educado en un seminario, hombre tosco y sincero, cirujano de profesión, se había esclavizado entregándose ignominiosamente a esa criatura débil, insignificante, mercenaria y ruin.
    –¡Minúsculo pie! –murmuró estrujando el telegrama–. ¡Minúsculo pie! De la época en que se enamoró y pidió la mano de su amada y de los siete años posteriores no le quedaba sino el recuerdo de unos cabellos largos y fragantes, de una masa de suaves encajes y de un pie efectivamente minúsculo y bonito. De las caricias pretéritas diríase que todavía le quedaba en la cara y en las manos una sensación de sedas y encajes... y nada más.
    Nada más, salvo histeria, alaridos, reproches, amenazas y mentiras, mentiras pérfidas e impúdicas. Recordaba cómo en la casa paterna, allá en la aldea, entraba del patio por casualidad un pájaro y empezaba a derribar cosas y a lanzarse frenéticamente contra los cristales de las ventanas. Pues bien, así también esta mujer, procedente de un mundo que a él le era extraño, había entrado volando en su vida y sembrado en ella la destrucción. Los mejores años de su existencia los había pasado en un infierno, sus esperanzas de felicidad habían resultado vanas e irrisorias, había perdido la salud, su vivienda estaba montada como la de una ramera barata, y de los diez mil rublos que ganaba al año, ni siquiera podía mandar diez a su madre la popesa; y, por añadidura, debía quince mil más, según pagarés firmados. Si en su casa se hubiera instalado una banda de ladrones quizá no le parecería su vida tan irreparable, tan irremisiblemente arruinada como lo estaba junto a su mujer.

Continúe leyendo, si quiere.


Anton Pávlovich Chejov (1860-1904) nació en Tangarog. En 1879 llegó a Moscú para estudiar Medicina y comenzó a publicar en diarios y revistas cuentos humorísticos bajo seudónimos como Antosha Chejonte. La primera antología que firmó con su apellido fue Relatos de Motley (1886). A los veintisiete se estrenó Ivanov, su primera obra de teatro: luego varias de ellas fueron puestas por su amigo Konstantín Stanislavski (p. ej. La gaviota, El tío Vania, Las tres hermanas, El jardín de los cerezos. En 1901 se casó con una actriz, Olga Knipper. Desde joven padeció de tuberculosis (entonces incurable) y finalmente se murió en un balneario alemán. Otras obras fueron: El oso y La petición de mano. La isla de Sajarín narra su visita a la penitenciaría de dicho lugar. Desde Los veraneantes y otros cuentos (1910) en adelante han proliferado las antologías de sus cuentos.

a Tope

 


 

TALLER LITERARIO

 

¿Qué querés que te diga? Tranquilo, tranquilo, no me quedo nunca. La posibilidad de que salga de farra con las amigas y conozca a uno que la atienda mejor que papá, está siempre. Ojo, tampoco como vidrio. La sigo en el auto a una distancia prudente, veo con quién se encuentra, dónde se mete, y después me las tomo. Si ando ansioso, la llamo al móvil. Al fin y al cabo, ella es libre de hacer lo que quiera.

 

 

Confíe.
Taller semanal de lectura y escritura.

 

Sirven café: Fernando Aíta y Alejandro Güerri


Domicilio electrónico:

niusleter@niusleter.com.ar

 


 

AGRADECIMIENTOS

 

Felicidades, Mauro Oliver.
mei.
Mariano Carrara.
El Extranjero.
Lisandro Etala.
Fogwill.
Emi Enlace Nuesch.
 

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ENCUESTA

 

¿Cómo se enteró? (68 palabras)

 

Cuéntele a: niusleter@niusleter.com.ar

 


 

POEMAS

 

Tres poemas para mujeres

1
Este es un poema para una mujer que lava platos.
Este es un poema para una mujer que lava platos.
Debe ser repetido.
Debe ser repetido
una y otra vez,
una y otra vez,
porque la mujer que lava platos
porque la mujer que lava platos
no puede oír bien
no puede oír bien.

2
Este es otro poema para una mujer
limpiando el piso
que no oye del todo.
Un minuto de silencio
por la mujer que limpia el piso.

3

Y otro poema más

para la mujer que está en casa
con los niños.
Nunca la ves por las noches.
Quédate mirando a un espacio vacío
e imagínala allí,
a esa mujer con los niños
porque no puede estar aquí para hablar
por sí misma,
y escucha
lo que piensas
que ella puede decir.
 


Respuesta a la pregunta de un hombre:
"¿Qué puedo hacer por la liberación de la mujer?"

 

Lleva un vestido.
Lleva un vestido que tú misma has hecho, o has comprado en una tienda.
Lleva un vestido y bajo el vestido lleva elástico, alrededor
de tus caderas y bajo tus pezones.
Lleva un vestido y bajo el vestido lleva una toalla sanitaria.
Lleva un vestido y lleva zapatos con tacos altos.
Lleva un vestido con elástico y una toalla sanitaria debajo
y zapatos de tacos altos en tus pies
y camina cuesta abajo por Telegraph Avenue.
Lleva un vestido con elástico y una toalla sanitaria
y zapatos de tacos altos por Telegraph Avenue
e intenta correr.
 

Encuentra un hombre.
Encuentra un hombre bueno que te gustaría que te pidiera una cita.
Encuentra un hombre bueno que te pedirá una cita.
Mantén tu vestido puesto.
Pídele al hombre bueno que te cita, que venga a cenar contigo.
Prepárale al hombre bueno una cena exquisita
que la cena esté pronta antes de que llegue
y tu vestido sea bonito y limpio y lleva una sonrisa.
Dile al hombre bueno que eres virgen
o que no tienes nada para evitar embarazarte,
o que te gustaría conocerlo mejor.
Mantén el vestido puesto.
Ve sola al cine.
 

Encuentra un trabajo.
Plancha tu vestido.
Lleva tu vestido planchado y prométele al jefe
que no quedarás encinta (en tu caso es predecible) y que te gusta
escribir a máquina
y sé sincera y lleva tu sonrisa.
Encuentra un trabajo o acógete al seguro social.
Pide prestado un niño y acógete al seguro social.
Pide prestado un niño y quédate en casa todo el día con el niño,
o anda a un parque público con el niño y lleva al niño
a la oficina del seguro social

y llora y di que tu hombre te dejó
y sé humilde y lleva tu vestido, tu sonrisa, y no repliques,
mantén el vestido puesto,
prepara cenas exquisitas,
aléjate de Telegraph Avenue,
y aún así, nunca sabrás
ni la mitad, ni en un millón de años.


Susan Griffin, 1943, California, publicó libros de poesía -Dear Sky, Letter, Like the Iris of an Eye- y obras de teatro -Voices- y está viva.

 

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ENLACES

 

Ondinas, nereidas y otras sumergidas

 


 

DEFINICIÓN

 

Mística. femenino. coloquial. Sentimiento difuso a partir del cual un grupo define su identidad.
Olé,29.06.2001: Planteles que [...] cuando estaban en la cancha tiraban todos juntos para el mismo lado. Esa es una mística compartida.

 

En Diccionario del habla de los argentinos.

 


 

SUSCRIPCIONES

 

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