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   -en seco literario-

 

 # 128

 

   


 

    "-¿Le importaría volver un poco la cabeza hacia la luz? -requirió, cortés-. Así. Estupendo. ¿Le importaría venir a mi estudio mañana? Querría que posara para mí por una hora.

    Él la miró con cierto recelo.

    -¿Desnudo? -preguntó." Francis Scott Fitzgerald

 


 

ÍNDICE

 

PROSA | La maja | Anais Nin |

ETIMOLOGÍA | Orgasmo | 
CUALQUIERA | La Cópula |
AGRADECIMIENTOS
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PROSA

 

La maja

    El pintor Novalis acababa de casarse con María, Una española de la que se enamoró porque le recordaba su cuadro favorito, la Maja desnuda de Goya.
Fueron a vivir a Roma. María hizo palmas con infantil alegría cuando vio el dormitorio, admirada de los suntuosos muebles venecianos con hermosas incrustaciones de perlas y ebonita.
    Sobre el monumental lecho construido para la esposa de un dux, la primera noche María temblaba de placer, estirando el cuerpo antes de esconderlo bajo las delicadas sábanas. Los dedos sonrosados de sus gordezuelos piececitos se movían como si reclamaran a Novalis.
    Pero ni una sola vez se había mostrado completamente desnuda a su marido. En primer lugar, era española; además era católica; y además absolutamente burguesa. Antes de hacer el amor había que apagar las luces.
    De pie junto a la cama, Novalis la miraba con los ojos apretados, dominado por un deseo que dudaba si manifestar; quería verla, admirarla. No la conocía completamente a pesar de aquellas noches en el hotel, cuando oían voces extrañas al otro lado de los finos tabiques. Lo que pedía no era un capricho de amante, sino el deseo de un pintor, de un artista. Sus ojos estaban hambrientos de la belleza de la mujer.
María se resistió, acalorándose, algo enfadada, ofendida en sus profundos prejuicios.
    —No seas tonto, querido Novalis —dijo—. Ven a la cama.
    Pero él insistió. Debía superar sus prejuicios burgueses, le dijo. El arte se mofa de semejante modestia, la belleza humana debe exhibirse en toda su majestad y no permanecer escondida, despreciada.
    Las manos del hombre, coaccionadas por el temor a herirla, apartaron suavemente sus dulces brazos que estaban cruzados sobre el pecho.
    Ella se rió.
    —Eres tonto. Me haces cosquillas. Me estás haciendo daño.
    Pero, poco a poco, adulado el femenino orgullo por el culto de que era objeto su cuerpo, se fue entregando, dejándose tratar como una niña, con mansas protestas, como si estuviera sufriendo una agradable tortura.
    Libre de velos, el cuerpo brilló con la blancura de las perlas. María cerró los ojos como si quisiera escapar a la vergüenza de su desnudez. Sobre las tensas sábanas, las graciosas formas embriagaban lo ojos del artista.
    —Eres la fascinante y pequeña maja de Goya —dijo él.
    Durante las semanas siguientes, nunca posó para él ni le permitió tener modelos. Se metía inesperadamente en el estudio y charlaba mientras él iba pintando. Una tarde que entró de repente en el estudio, vio sobre la plataforma de los modelos a una mujer desnuda tendida sobre pieles, mostrando las curvas de su marfileña espalda.
    Más tarde María hizo una escena. Novalis le rogó que posara para él y ella capituló. Agotada por la vehemencia, se quedó dormida. El trabajó durante horas sin pausa.
    Con franca inmodestia, se admiró en el cuadro lo mismo que lo hacía en el gran espejo del baño. Deslumbrada por la belleza de su propio cuerpo, por unos instantes perdió la vergüenza. Además, Novalis había puesto al cuerpo una cara distinta, para que nadie pudiese reconocerla.
    Pero después María recayó en sus viejos hábitos mentales, negándose a posar. Hacía una escena cada vez que Novalis contrataba a una modelo, escuchando y espiando detrás de las puertas, y discutiendo a todas horas.
    Casi enfermó de ansiedad y temores morbosos, y comenzó a padecer insomnio. El doctor le dio unas píldoras que le provocaban un sueño profundo.
Novalis se dio cuenta de que cuando tomaba las píldoras no lo notaba levantarse, moverse alrededor ni derribar los objetos de la habitación. Una mañana que se despertó temprano con ánimos de trabajar y la vio dormida, tan dormida que casi no se movía, tuvo una extraña ocurrencia.
    Apartó las sábanas que la tapaban y, lentamente, fue levantando el camisón de seda. Pudo subirlo por encima de los pechos sin que ella diera la menor muestra de despertar. Cuando estuvo descubierto todo el cuerpo de la mujer, lo contempló tanto rato como quiso. Los brazos estaban desprendidos del cuerpo; los pechos se extendían ante sus ojos como una ofrenda. Le excitaba el deseo pero no se atrevió a tocarla. En lugar de eso, trajo papel y lápices, se sentó junto a la cabecera y estuvo tomando apuntes. Mientras trabajaba, tenía la sensación de estar acariciando cada una de las líneas perfectas del cuerpo de la mujer.
    Pudo proseguir durante un par de horas. Cuando observó que cedía el efecto de las píldoras somníferas, estiró el camisón, la cubrió con la sábana y salió del dormitorio.
Más tarde, María se sorprendió al notar un nuevo entusiasmo de su marido por el trabajo. Se encerraba en el estudio durante días enteros, pintando sobre los apuntes a lápiz que hacía por las mañanas.
    De este modo le hizo varios cuadros, siempre tendida, siempre durmiendo, tal como había estado el primer día que posó. María estaba pasmada por la obsesión. Creía que eran simples repeticiones de la primera pose. Novalis siempre alteraba el rostro. Dado que la actual expresión de la mujer era adusta y severa, nadie que viera aquellos cuadros se imaginaría nunca que el voluptuoso cuerpo era el de María.
Novalis ya no deseaba a su esposa cuando estaba despierta y lucía la expresión puritana y la mirada ceñuda. La deseaba cuando estaba dormida, abandonada, opulenta y apacible.
    La pintaba sin respiro. Cuando estaba solo en el estudio con un nuevo cuadro, se tendía frente al cuadro en el sofá y una corriente cálida le recorría todo el cuerpo, mientras sus ojos reposaban en los pechos de la maja, en el valle de su vientre o en el vello que nacía entre las piernas. Notaba una incipiente erección. Le sorprendía el violento efecto del cuadro.
    Una mañana estuvo delante de María mientras ella estaba durmiendo. Había conseguido separarle ligeramente las piernas, para ver en medio. Observando la pose sin limitaciones, las piernas abiertas, se tocó el sexo con los dedos haciéndose la ilusión de que era ella quien lo hacía. Cuántas veces le había conducido la mano hacia el pene, con el propósito de arrebatarle esta caricia, pero ella siempre se había negado y alejado la mano. Ahora empuñó el pene con su propia mano.
    María comprendió pronto que había perdido el amor del pintor y no supo cómo recuperarlo. Se daba cuenta de que estaba enamorado de su cuerpo, pero sólo cuando lo pintaba.
    Se fue al campo, a pasar una semana con unos amigos. A los pocos días cayó enferma y regresó a casa para que la viera su médico. Cuando llegó, la casa parecía desierta. Fue de puntillas al estudio de Novalis. No había el menor ruido. Entonces se imaginó que estaría haciendo el amor con otra mujer. Se acercó a la puerta. Lenta y silenciosamente como un ladrón, la abrió. Y esto es lo que vio: en el suelo del estudio había un cuadro de ella; y encima, restregándose contra el cuadro, estaba su marido desnudo, desnudo y con el pelo alborotado, como ella no lo había visto nunca, y con el pene erecto.
    Se restregaba contra la pintura, lascivo, besándola y acariciándola entre las piernas. Se revolcaba como nunca lo había hecho sobre María. Parecía presa del frenesí y a todo su alrededor tenía los demás cuadros de ella, desnuda, voluptuosa y bellísima. Les dirigía miradas apasionadas y luego proseguía el imaginario abrazo. Lo que estaba viviendo era una orgía con la esposa que en realidad no había conocido. Ante este espectáculo, la propia sensualidad contenida de María se incendió, libre por primera vez. Al quitarse las ropas, le reveló una María nueva, una María iluminada por la pasión, abandonada como en los cuadros, que ofrecía su cuerpo sin pudor y sin dudarlo a todos los abrazos del hombre, esforzándose por arrebatar sus emociones a los cuadros, por sobrepasarlos.


Anais Nin (1903-1977) nació en París. Compañera de aventuras de Henry Miller, vivió muchos años en Nueva York. Publicó ocho tomos de sus diarios, escritos desde la adolescencia hasta su muerte. Pájaros de fuego, volumen de cuentos donde está "La maja", lo escribió por encargo de un millonario, a un dólar la página. 

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ETIMOLOGÍA

 

ORGASMO, 1765-83. Derivado culto del griego orgáo 'yo deseo ardientemente', y éste de orgé 'agitación', 'irritación'.

 


 

CUALQUIERA

 

 

La Cópula

 

Generalmente la perra entra en calor dos veces al año, y este estado dura de 14 a 20 días, manifiestándose por una inquietud anormal y buscando ella primero de jugar con los perros, hasta que más adelante queda quieta a voluntad del macho. Este momento llega más o menos al día 10 ó 12 de la calentura y cuando ya ha dejado salir de la vagina una secreción sanguinolenta, la cual se manifiesta desde el día quinto o sexto. En estos días también los labios de la vulva se hinchan más.

En el momento de la cópula se debe estar presente para tener la seguridad que ésta se ha producido satisfactoriamente. El lugar para este objeto un patio o jardín aislado, es decir un sitio donde nada puede caer y no aparecer nadie evitando así que se asusten los animales.

La reproducción de los perros se efectúa como en todos los demás mamíferos, por la cópula de dos individuos de sexo diferente, pero tiene la peculiaridad de que el macho no puede separarse de la hembra hasta algún tiempo después de haberse producida la eyaculación.

No se debe separar violentamente a los animales, pegándoles o tirándoles, agua fría encima

ni aun cuando la perra gritara, en la seguridad de que la separación se efectuará en el momento oportuno y por sí sola.

Por lo general, una sola cópula basta para la fecundación, pero es prudente dejar que se repita al día siguiente.

Para mayor seguridad se debe evitar a la perra, por unos ocho o diez días más, todo contacto con otros perros, para impedir la fecundación de uno de estos por casualidad.

Aunque por naturaleza la perra está en condiciones de reproducir dos veces al año, es prudente dejarla servir sólo a fines del invierno, para que los cachorros nazcan en la primavera, estación más favorable para su cría. 

 

 

En El perro de policía. Su cría, educación y adiestramiento, por E. Krausbeck, Librería del Colegio, Buenos Aires, 1943.

 

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AGRADECIMIENTOS

 

Nahuel Valcarce, felices 28.

Darío Cánovas, Juan Andrés Videla, Jorge Álvarez, Juan Agustín Fernández, Julio Gómez, feliz muestra.

Fede Merea

Topo Cunill
Lisandro Etala
Pablo Dacal

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ENCUESTA

 

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GRAFFITTI

 

"Del cielo cae un cometa / que ilumina tus hermosas tetas / no habras las piernas coquetas / si no querés que te la meta / Carbón con patas." En un pupitre de 8º año EGB 33, Dock Sud.

 

"La muerte es sólo una cuestión de suerte". En Ravignani y Guatemala. 

  


 

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